Piratas de venus by Edgar Rice Burroughs

Piratas de venus by Edgar Rice Burroughs

autor:Edgar Rice Burroughs [Burroughs, Edgar Rice]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: - Divers
publicado: 2010-04-13T12:47:42+00:00


—¿Y dónde se encuentra ahora? —preguntó Kamlot—. ¿En este barco?

—No, se la llevaron al otro, al mayor.

Kamlot parecía anonadado y atribuí aquella consternación a la desesperada impresión del enamorado que ve perdido irremisiblemente el objeto de su amor. Nuestro trato no había llegado aún a ese grado de intimidad que justifica las confidencias, y por eso no me sorprendió no haberle oído hablar de aquella joven que se llamaba Duare. Naturalmente, en tales circunstancias no podía hacerle pregunta alguna sobre ella, y por lo tanto respeté

su dolor y silencio y lo abandoné a sus propios pensamientos. El día siguiente, poco después de amanecer, el barco se puso en marcha. Me hubiera gustado estar en cubierta para presenciar los fascinadores paisajes que debía haber en aquel extraño mundo, y mi precaria situación no me entristecía tanto como pensar que yo, el primer habitante de la Tierra que consiguió navegar por los mares de Venus, hubiera de verme condenado a permanecer en aquel calabozo sin poder ver nada. Pero si había creído que nos iban a dejar en aquella prisión hasta el final del viaje, me equivoqué. Poco después de haberse puesto el barco en marcha nos hicieron subir a todos a cubierta para dedicarnos a diversos trabajos de limpieza.

Cuando salimos al aire libre, la nave estaba cruzando los dos brazos que formaban la entrada del puerto y pude obtener una excelente perspectiva del país adyacente, de la costa que abandonábamos y del ancho océano que se perdía en el horizonte. Veíanse promontorios pétreos, cubiertos de una vegetación de matices delicados y con pocos árboles, mucho más pequeños que los existentes en el interior del país. Estos árboles ofrecían un aspecto pavoroso a la mirada de un hombre de la Tierra, con sus potentes troncos y su coloreada fronda que se elevaban a cinco mil pies, para perderse de vista entre las nubes. Pero no me permitieron admirar mucho tiempo una escena tan maravillosa. No se me había ordenado subir para satisfacer mis aficiones estéticas. A Kamlot y a mí nos hicieron limpiar y pulir cañones. A ambos lados de la nave, había un buen número dé ellos, otro en la popa y dos más en el puente de la torrecilla. Me sentí

sorprendido al examinarlos, ya que cuando llegamos a bordo no había descubierto rastro alguno de armamento. Pronto se explicó todo. Los cañones estaban montados sobre piezas movibles que desaparecían de la vista y cuando se bajaban, deslizábanse por unas escotillas que los ocultaban.

El diámetro de aquellas piezas tendría unas ocho pulgadas, mientras el orificio apenas era más grueso que mi dedo meñique. Los puntos de mira resultaban ingeniosos y complicados, pero no existía dispositivo de carga y descarga ni abertura alguna, a no ser que estuviera oculta debajo de un aro que recubría la recámara, fuertemente sujeto por medio de remaches. Lo único que descubrí que se asemejase a un dispositivo de descarga fue cierto mecanismo montado en la parte de atrás de la recámara y que parecía una biela de las que se emplean para la rotación en algunos tipos de cañones de la Tierra.



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