Pibe, chavo y chaval by Ana Luisa Anza

Pibe, chavo y chaval by Ana Luisa Anza

autor:Ana Luisa Anza [Anza Luisa Ana]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: F, Ediciones SM, Editorial SM
editor: Ediciones SM


SIETE

EN EL CAMINO encontramos a un policía y por un momento estuve tentado a contarle lo que iba a suceder en El Remolino. Pero como estaba muy feliz en pleno romance con una señora y como sabía que la historia era difícil de creer, me aguanté las ganas y ni se lo comenté a Fer. Tal vez a él también se le ocurrió lo mismo y tampoco se atrevió a decirlo para no parecer un gallina.

Cuando llegamos a El Remolino vimos que había un gentío en la taquilla. Faltaba poco para empezar el espectáculo y debía de ser algo muy chido para los adultos, por supuesto, que tienen unos gustos inexplicables porque yo nunca había visto tanta gente comprando boletos para algo, excepto una vez que fui a la final de un partido de futbol y nos encontramos con cien mil personas que habían tenido la misma idea. Nosotros no pudimos entrar y mi papá se dedicó a pelearse con los revendedores, porque ellos agotan los boletos y luego hay que comprárselos muy caros. Además de que es ilegal y, eso sí, en mi familia nadie hace nada que sea ilegal porque mi mamá dice que luego no puede uno quejarse de la corrupción. Mi papá insiste, y yo creo que tiene toda la razón, que hay que actuar dentro de la ley para que todos estemos bien. En esto empecé a pensar, pero no mucho porque, ¿y si lo que íbamos a hacer no era tan legal? Sería el primero de la familia en romper con una tradición importantísima.

Esta vez no sería tan fácil entrar. La puerta de servicio estaba cerrada y tenía un letrero:

PROHIBIDO EL PASO

A PERSONAS NO AUTORIZADAS

Nosotros cabíamos en esa categoría. Menos mal que no había un letrero como los que todavía existen en algunas cantinas de México y que dicen:

PROHIBIDA LA ENTRADA A MUJERES,

UNIFORMADOS, NIÑOS Y PERROS

Eso sí es bien ofensivo!…

Además, no solo había un guardia en esa puerta sino otros cinco en la entrada principal. Ni Fer ni yo pasábamos por adultos. Tampoco estábamos tan chaparros como para pasar entre las piernas de los demás. Pero teníamos que entrar a como diera lugar.

Fer me hizo una seña para que volteara a ver lo que ocurría en la puerta de servicio. Un niño con un papel en la mano hablaba con el guardia y este, después de escucharlo, lo dejaba entrar como si estuviera en su casa.

Esa podría ser la forma. Se me ocurrió algo y le dije a Fer que él se quedara callado porque, con su ceceo, nos podían descubrir. Y nos dirigimos al guardia.

—Traigo unas cosas para Lupita —le dije con una cara de inocencia que ni yo mismo me la hubiera creído.

—¿Cuál Lupita? —preguntó el guardia que, aunque tenía facha de guarura de los que cuidan las puertas o a los políticos, se portó bastante amable.

—Lupita González, mi hermana; ella baila en el espectáculo —dije muy seguro, aunque por dentro estaba pensando en lo que nos podía hacer el guarura si nos descubría por mentirosos.



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