Periplo nocturno by Bob Shaw

Periplo nocturno by Bob Shaw

autor:Bob Shaw [Shaw, Bob]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Ciencia ficción
editor: ePubLibre
publicado: 1985-01-01T05:00:00+00:00


Capítulo XIII

EL PRECIO DE IKE para actuar como guía era de cien horas.

La cifra sorprendió a Tallon. En los dos años de estancia en Emm Luther había ido acostumbrándose a la radical «democracia fiscal» que el gobierno había impuesto poco después de acceder al poder en 2168. La forma original y más pura ordenaba que por cada hora que un hombre trabajaba, fuera cual fuese su ocupación, debía cobrar una unidad monetaria llamada «una hora». Esa unidad estaba dividida, como el reloj lutherano, en cien minutos; la fracción más pequeña era el cuarto: la cuarta parte de un minuto, o veinticinco segundos.

Cuando quedó sofocado el levantamiento que precedió y fue causa del término del mandato de la Tierra, el Moderador Temporal había considerado necesario modificar considerablemente el sistema. Se habían añadido cláusulas de compleja factorización, permitiendo que aquéllos que aumentaban eficazmente su contribución a la economía con su esfuerzo personal pudieran cobrar más de una hora por hora. Pero el tope absoluto era un factor tres, lo cual era el motivo de que en Emm Luther hubiera tan pocas empresas privadas importantes: el incentivo era limitado, tal como el Moderador se proponía que fuera.

Para acercarse al factor tres, un hombre debía poseer las más altas calificaciones profesionales y utilizarlas en su trabajo… pero aquí había un ocioso vagabundo llamado Ike exigiendo lo que Tallon calculaba muy por lo bajo como factor diez.

—Sabes que eso es inmoral —dijo Tallon, preguntándose si poseía aquella suma. Se había olvidado de contar el fajo de billetes que había robado en El Gato Persa.

—No tan inmoral como hubiese sido robarte el dinero mientras dormías y desaparecer con él.

—Es evidente que has comprobado que tengo ese dinero. Por simple curiosidad, ¿a cuánto asciende mi capital?

Ike trató de fingir que estaba avergonzado.

—A unas noventa horas.

—Entonces, ¿cómo puedo pagarte cien?

—Bueno… tienes un aparato de radio.

Tallon rio amargamente. Suponía que debía considerarse afortunado. Era ciego, y la herida a través de sus hombros le causaba intolerables dolores cada vez que se movía. Los cuatro vagabundos podían haberle desvalijado durante la noche; de hecho, resultaba sorprendente que estuvieran dispuestos a hacer algo a cambio de su dinero.

—¿Por qué estáis dispuestos a ayudarme? ¿Sabéis quién soy?

—Lo único que realmente sabemos de ti, hermano, es lo que deduzco de tu acento —dijo Ike—. Eres de la tierra, lo mismo que nosotros. Éste era un mundo estupendo hasta que ese puñado de hipócritas esgrimidores de la Biblia se impusieron e hicieron imposible para un hombre ganar un decente sueldo diario por un decente trabajo diario.

—¿Cuál era tu trabajo?

—Ninguno, hermano. Motivos de salud. Pero eso no cambia las cosas, ¿no es cierto? Si hubiera estado trabajando no habría obtenido por mi trabajo un sueldo decente en buenos solares, ¿no es cierto? Denver vendía astillas de la Verdadera Cruz…

—Hasta que cerraron su planta de producción, supongo —dijo Tallon en tono impaciente—. ¿Cuándo podéis llevarme a la finca de Juste?

—Bueno, tendremos que permanecer aquí durante el resto del día. Te pasaremos al otro lado de la valla al anochecer.



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