Pasión despiadada by Robyn Donald

Pasión despiadada by Robyn Donald

autor:Robyn Donald
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Romántico, Novela
publicado: 2016-05-04T09:53:06+00:00


Después de darse una ducha refrescante, Cat se cubrió con una toalla y, al salir rumbo a su dormitorio, estuvo a punto de chocarse con Nick.

—¡Perdón! —exclamó ella, roja como un tomate.

Nick llevaba una bata de algodón, pero su porte le confería a la prenda cierto glamour pecaminoso. Sus hombros parecían más anchos, más largas sus piernas… y sus ojos, advirtió Cat, estaban tomando buena nota de lo ligera de ropa que iba ella, desnudos los hombros y las piernas.

—Lo siento, había llamado —dijo él con voz ronca antes de meterse en el baño que había elegido para sí y cerrar con decisión.

Aturdida, Cat corrió a su vestuario, resuelta a ponerse una bata o un albornoz cuanto antes. Cualquier cosa que la cubriera más que aquella toalla.

Cuando Nick salió, Cat ya estaba en su dormitorio, decentemente cubierta con un vestido azul sin mangas que caía hasta los tobillos. El escote bajaba suficiente para anunciar el nacimiento de sus pechos, mientras la fina tela se enredaba entre sus piernas.

Nick, vestido con unos pantalones negros a la medida y una camiseta marrón claro, entró sin llamar, con las mangas subidas hasta los bíceps.

—Te abriré una cuenta corriente —dijo sin rodeos—, para que te compres lo que necesites —añadió, refiriéndose a una bata.

—Gracias —acertó a contestar Cat, sin perder la compostura a pesar del sensual cosquilleo que sentía por todo el cuerpo.

Nick la miró de arriba abajo con descaro, a propósito.

—Por suerte no eres de las que se ruborizan —murmuró.

Glen nunca la había hecho sentir algo así, como si hasta la última de sus fibras nerviosas estuviese despierta. Casi podía oler la fragancia de Nick, una especie de frescor masculino que emanaba sexualidad y la excitaba sobremanera.

—Por suerte —repitió Cat con voz neutra.

—¿Siempre llevas ropa azul?

—¿Qué? —preguntó sorprendida ella—. No, a veces me pongo colores canela o tonos que van bien con mi pelo.

—Pero azul sobre todo.

¿A qué venía eso?

—A mi padre le gustaba comprarme ropa azul —contestó en voz alta—. Supongo que me acostumbré a llevarla. Me sienta bien.

—Sin duda —Nick le miró la mano—. Ponte el anillo.

—Sí, claro. Lo había olvidado… —Cat tomó la joya de la mesilla y se la puso en el dedo, tratando de ocultar el temblor de sus manos.

—¡Maldita sea! —exclamó Nick entonces, y se acercó a ella a toda prisa—. El propósito de esta farsa es convencer a Francesca de que estamos perdidamente enamorados. Si te vas a echar a temblar cada vez que estoy en la misma habitación que tú, no vamos a conseguir nada —añadió, clavando la vista en la fotografía de la mesilla.

No tuvo que amenazarla. Cat captó el mensaje: si no era convincente, no habría dinero.

Así que cuando Nick le agarró la cara, no se resistió. Pero en vez del ataque violento que había esperado, sus labios se posaron con dulzura sobre sus mejillas, con suavidad, delicadeza, cariño casi.

Al cabo de unos segundos, Cat suspiró y se abalanzó hacia Nick, el cual pasó a besarle el lóbulo de una oreja.

—Tienes una piel muy suave —susurró él al tiempo que la abrazaba—.



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