Pardaillan y Fausta by Miguel Zévaco

Pardaillan y Fausta by Miguel Zévaco

autor:Miguel Zévaco [Zévaco, Miguel]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama, Histórico, Intriga, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 1913-12-14T16:00:00+00:00


Capítulo VII

Cogido en la trampa

Dejamos a Colime Colle subida en un taburete y espiando por la ventana al enmascarado que se había llevado a Bertille. Los actos y los gestos de la matrona tienen capital importancia para la continuación de este relato.

Cuando perdió de vista a la litera, Colline abandonó su observatorio, desde el que había oído casi toda la conversación sostenida entre Concini y su víctima. Pero sin duda no averiguó lo que quería, porque su rostro expresaba la desilusión y el desaliento.

—¡Qué lástima que no sea yo más que una débil mujer! —murmuró—. Hubiera podido seguir a la litera y saber adónde han llevado a la muchacha.

Y mientras tapaba el hueco de la ventana como mejor pudo con unas tablas, continuó su monólogo:

—Indudablemente es extranjero: italiano, español o quizá alemán. Yo he oído hablar a los suizos, y no tienen ese acento… ¡Ajajá! Esto podrá pasar así hasta que sea de día.

Volvió a su cuarto y cerró cuidadosamente la puerta, por costumbre sin eluda, pues como los cristales estaban rotos no hubiera difícil entrar a quien se lo propusiera. Entonces vio las monedas de oro que Concini liaba dejado caer al suelo, y brillaron sus ojos como los de una fiera.

—¡Qué bonitas son! —exclamó juntando las manos en ademán de adoración, como cuando se acercaba al tabernáculo—. ¡Cómo relucen!… ¡Parecen rayitos de sol!

Arrodillóse luego, recogió las monedas y las hizo sonar en sus manos.

—¡Qué música tan deliciosa!… Así debe ser la voz de los ángeles… Ciento… quinientas… mil… ¡Jesús! ¡Diez mil libras!

Se acercó a la cama y dejando caer las monedas como cascada de oro, yació la bolsa que había escamoteado a Concini, Contempló el montón de oro con aire devoto y extasiado, y exclamó de pronto:

—¡Quizá ha rodado alguna debajo de los muebles! ¡Hay que buscarla!

Y andando a rastras por el suelo lo fue registrando todo, lanzando ahogados gritos de júbilo cada vez que encontraba una pieza. Al propio tiempo pensaba en Bertille.

—El rey querrá saber adónde se la han llevado —decía—. Iré a ver al marqués de La Varenne, le diré dónde está y se lo contaré todo, menos el nombre del raptor… Eso me podrá valer otras diez mil libras… Sí, ¿pero qué le voy a contar, si no sé nada? Si el guapo Carcagne viniese a verme… yo le tiraría de la lengua, porque ese lo sabe todo. ¡Santa Brígida, patrona mía, si haces que venga Carcagne, os prometo un cirio!

En aquel momento cayó Juan el Bravo sobre ella, y como ya sabemos, por haberle oído contar a él mismo lo que sucedió, no hay necesidad de repetirlo.

Cuando se marchó el joven, la bruja se quedó un momento encogida, temblando como un azogado y frotándose la garganta, que Juan había apretado un poquito más de lo regular. Finalmente, se repuso un tanto, y levantándose con bastante trabajo, volvió a tapar el hueco de la ventana con las mismas tablas. El miedo pudo en ella más que la avaricia, pues murmuraba mientras hacía aquella operación:

—Mañana haré poner verdaderos barrotes de hierro en lugar de los de madera, y unos postigos resistentes.



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.