Otra vez el diablo by Alejandro Casona

Otra vez el diablo by Alejandro Casona

autor:Alejandro Casona
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Teatro
publicado: 1935-04-25T23:00:00+00:00


ESCENA SEXTA

Diablo, Infantina y Cascabel.

cascabel.—(Aparte). Siquiera estas lecciones merecerán la pena. ¡Hura! El nuevo preceptor sí que rae huele a chamusquina. (Sube al estrado, se encasqueta la corona y finge dormir, pero con solo un ojo).

diablo.—Tengo entendido, señora, que os encontrabais enferma estos días.

infantina,—¡Oh!, no es nada. Una tristeza inexplicable y absurda. Tengo todo cnanto puedo desear y me entra a veces la manía de creerme desgraciada.

dtablo.—¡Bah!, enfermedades literarias.

infantina.—Parece que no lo tomáis muy en serio. Pues no vayáis a creer: la gente dice que estoy embrujada.

diablo.—¿Embrujada?

infantina.—Sí; ¿no sabéis? Es una historia famosa. Unos dicen que me embrujó un sapo, otros que un estudiante y otros que fue el Diablo en persona.

diablo.—¡El Diablo! (Ríe).

infantina.—Todo pudiera ser. ¿De qué os reís? ¿No es verdad que existe el Diablo?

diablo.—(Serio). Hija mía: me extraña mucho esa pregunta. El Diablo es una institución fundamental y necesaria.

infantina.—No, si yo lo he creído siempre. Cascabel, mi bufón es el que lo niega.

diablo.—Vuestro bufón, señora, es un ateo. (Cascabel ronca). Lo que ocurre con el Diablo es que probablemente no tiene ese poder de embrujamiento que se le atribuye. Como no lo tienen los sapos... ni los estudiantes.

infantina.—¿Los estudiantes tampoco?

diablo.—Tampoco. A todos esos seres les ha supuesto la leyenda un veneno que no tienen.

infantina.—Cuando vos lo decís... sin embargo, a mí me ocurre algo extraño. Mi antiguo preceptor decía, que yo estaba empezando a amar.

diablo.—Vuestro preceptor se equivocaba. Las mujeres aman siempre; sólo que a veces el amor está dentro de ellas invisible como el agua limpia en un vaso.

infantina.—¿Verdad?

diablo.—Vuestro preceptor quiso decir que algo vino a remover de pronto el amor de que estabais llena.

infantina.—¡Eso! Qué bien penetráis en mí. Ya me siento a vuestro lado como junto a un confesor. (Risueña). No os vayáis a asustar, ¡eh! Sólo tengo pecados veniales.

diablo.—(Sincero). Lo siento. El pecado venial es poco serio, y generalmente no tiene ningún valor educativo.

infantina.—Pero es que yo no pensaba hablaros ahora más que de amor.

diablo.—De todos modos, en amor cabe un pecado mortal.

infantina.—¿Uno sólo?

diakuo.—Uno sólo: el primer beso.

infantina.—¿Y por qué es mortal el primer beso?

diablo.—Porque hace inútiles todos los demás

infantina.—¡Oh!... habláis de amor con una gran seguridad; parece que habéis amado mucho.

diablo.—Mucho... Una vez sola.

infantina.—¡Oh!, contadme eso. Qué interesante. ¡Una vez sola!

diablo.—Es una historia lejana que algún día encontrará su poeta. Pero no quisiera recordarlo.

infantina.—Pensad que casi me lo habéis prometido. Ea: ya os escucho.

diablo.—Sea. (Después de un silencio reflexivo). La cosa ocurrió en Alemania, cuando yo era hombre de bnen humor y me divertía con los estudiantes y los borrachos en las tabernas de Leipzig. Ella era una muchacha pobre. Se llamaba Margarita. Cantaba la canción del rey de Thulé mientras hilaba; y soñaba una casa y un huerto en la montaña ¡Margarita!... Era melancólica y fresca a la vez como una tarde con lluvia. ¡Oh!, Ion que no saben cómo quise yo a aquella mujer, no podrán explicarse lo que pasó después. Ella se enamoró de un doctor Fausto, miserable y cobarde, y una noche le dijo en el jardín que me odiaba.



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