Oro y balas by Rodolfo Bellani

Oro y balas by Rodolfo Bellani

autor:Rodolfo Bellani
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras
publicado: 1967-06-05T23:00:00+00:00


Capítulo VI

LA VIDA VALE MUCHO MAS

Vic Dalton salió a la calle, siempre en busca de las huellas de aquellas botas casi nuevas del pie 42. Pero se mezclaron con otras, y regresó al corralón de maderos, donde Cosmore estaba arrimando tablones que trajeran el día anterior.

Vic halló a la rubia llorosa y sentada en el sillón que de ordinario ocupaba su padre. Vio a su amigo y trató de sonreír:

—Estoy sólita en el mundo, Vic.

—Cuenta con mi apoyo para lo que sea, Leticia.

—Ocúpate del sepelio, Vic, por favor… que me siento terriblemente abatida.

—Lo haré con gusto, Lety. Me ocuparé de lo que sea…

Ella lo miró a la cara:

—No me atreveré a quedarme sola en este caserón, amigo mío…

—¿Vivirás en el hotel?

—Será lo mejor. Me enseñarás a revisar las cuentas. Mi padre me decía siempre que, en caso desesperado, buscara un estado de finanzas en la caja. Lo encontré, pero creo que no distingo el "Haber” del "Debe”. Además, tú debes estar allá esta noche…

—Por una vez, se las arreglarán solos, Lety. Tu padre será enterrado esta tarde, a las cuatro.

—Y te marchas en seguida. Puedes estar en el cañón antes que cierre la noche.

Todo se cumplió… y después del sepelio, Dalton acompañó a Leticia al hotelito. Bien la conocían allí. La consolaron, pero ella, antes de subir la escalera, tomó a Vic por las manos y lo miró a los ojos:

—Yo soy hija del Oeste, Vic Dalton. No acepto ni disculpo que me dejaran huérfana por mano de un asesino. Por tanto, voy a pedirte y suplicarte que encuentres al malvado… y lo mandes al otro mundo. ¿Podrás complacerme?

—¡Podré!

—Cuida tu vida. No quiero volver a llorar…

—Si de mí depende, nunca más aparecerán lágrimas en tus ojos… pero mira que no soy Dios. No soy más que un pobrecito mortal.

—Tienes voluntad… eres fuerte… y con músculos de acero —le tocó los brazos potentes y agregó—: Quisiera un hombre así de fuerte para padre de mis hijos…

—Ya cuento entre tus adoradores, querida Lety. Lo demás te lo diré…

—Cuando el asesino haya sido castigado. Antes no te escucharé, Vic.

—Te comprendo… y ojalá el buen Dios traiga resignación a tu corazón… y sueño a tu cerebro.

Ella sonrió tristemente y subió la escalera. Desde lo alto, agitó la mano en postrer saludo.

Dalton montó en su caballo… y salía de la población cuando encontró al sheriff, que remolcaba a un bello caballo de pelaje rojizo.

—¿Adónde vas, Dalton?

—Al Cañón Pintado…

—Lleva este potro a Baldrich. Dile que no se pudo obtener por menos de trescientos cincuenta, pero que el caballo es bueno de verdad…

—Vale más de trescientos cincuenta dólares, Lucián. Baldrich se mostrará contento…

—¿Qué fue de la rubia, Dalton?

—Quedó en el hotelito. No se siente con fuerzas para dormir en su casa, con tan frescos recuerdos…

—Se comprende.

—¿Qué podrás hacer para dar con el asesino, Lucián?

El de la estrella al pecho se encogió de hombros.

—No será fácil. Los sospechosos brillan por su ausencia.

—¿Crees en Cosmore, sheriff? Tiene el pie justo y usa botas en buen uso…

—¡Hola! ¿Crees posible que el empleado asesinara al amo…?

—Es el mejor “candidato”, sheriff.



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