Oro del infierno by Gordon Lumas

Oro del infierno by Gordon Lumas

autor:Gordon Lumas
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras
publicado: 1995-10-31T23:00:00+00:00


CAPITULO IX

Jasper Wallace miró a Hamilton como si le creyera loco.

—No sé de qué condenado embrollo me estás hablando... Yo nunca pensé siquiera en echar a esa gente de la granja.

—Me consta, pero eso es lo que estaban haciendo Joy y los otros cuando Shayne les sorprendió. Por lo menos, eso es lo que afirma ese tipo.

El viejo se estremeció.

—¿Cómo es, Hamilton?

—No te comprendo... ¿Qué importa como sea? Ordena que vayamos por él y dejaremos de seguir preocupados.

—Ojalá fuera así de fácil... Dime, ¿cómo es ese hombre?

El capataz se rascó el cogote, perplejo.

—Bueno, no cabe duda que es frío como el hielo. Muy alto y tiene el aspecto de haber vivido toda su vida al aire libre. Endiabladamente peligroso, pero eso no significa nada. Da la orden de cazarlo y yo mismo..

El anciano sacudió la mano como si espantara una mosca.

—Hamilton —murmuró—, no puedo dar esa orden.

—¿Qué...?

—Por lo menos, antes de haber hablado con él.

—Entonces, o te presentas en el pueblo personalmente, o lo traemos a rastras. El no vendrá aquí, de eso puedes estar seguro.

—Entonces, iré a Rich Hill.

Hamilton abrió la boca para protestar violentamente, pero volvió a cerrarla, furioso.

—Tú eres el patrón —barbotó después.

—Iremos por la mañana. Tú me acompañarás.

—Quizá fuera preferible llevar algunos muchachos. Si hay que pelear...

—Si hay que pelear, habrá tiempo después que yo haya hablado con ese hombre.

Hamilton se encogió de hombros, desesperado.

Cuando abandonó el despacho estaba más convencido que nunca de que el viejo empezaba a chochear.

Sintiéndose viejo, cansado, hundido, el hacendado se quedó solo sumido en la amargura de la soledad, quizá preguntándose una vez más de qué le había servido levantar aquel imperio de riqueza y poder.

* * *

Shayne despertó instantáneamente cuando Tilda Dunn le sacudió por el hombro.

—Arriba, hijo.

—¿Ya?

—Ya. Pero no te acostumbres a estas bromas. Me gusta dormir toda la noche de un tirón.

—No creo que deba volver a molestarla.

Se levantó. La noche era negra como la tinta, sólo con el parpadeo de las estrellas.

Tomó un gran tazón de café negro, ensilló su caballo y partió, emprendiendo un endiablado galope tan pronto hubo dejado atrás las casas del pueblo.

En la oscuridad, la negra sombra del caballo y su jinete eran una rauda mancha fantasmal galopando en un mundo quieto semejante al reino de la muerte.

Seguía siendo oscuro todavía cuando llegó a las inmediaciones de la granja de los Barton.

Frenó al noble bruto y palmeándole el cuello le tranquilizó lo suficiente para que siguiera el camino al paso, y cuando estuvo a menor distancia de la casa descabalgó.

Llevó el caballo al establo y en la oscuridad lo frotó enérgicamente con una manta, pero no le quitó la silla.

Después cerró el establo y fue a ocultarse en el interior de la revuelta casa.

Cuando amaneció estaba bien despierto, atisbando a través de las ventanas.

Fue levantándose el día sin que nada sucediera.

Luego, cuando el sol ya estaba arriba, apareció el jinete casi en el mismo lugar en que lo viera el día anterior.

Estuvo allí unos minutos, tendiendo la mirada por la llanura, la arboleda y cuanto podía abarcar desde su elevada posición.



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