Op center estado de sitio by Tom Clancy

Op center estado de sitio by Tom Clancy

autor:Tom Clancy [Clancy, Tom]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Roman
publicado: 2011-01-19T23:00:00+00:00


21

Ciudad de Nueva York, Nueva York Sábado, 10.39 pm

Después de matar al delegado sueco, Reynold Downer se acer có a Georgiev. Salvo por unas pocas niñas que lloraban y por el delegado italiano que rezaba, todos en la habitación estaban callados e inmóviles. Los otros miembros enmascarados del grupo permanecieron donde estaban.

Downer se acercó lo suficiente como para que Georgiev pudie ra sentir el calor de su aliento a través de la máscara. Había pequeñas manchas de sangre sobre las fibras. – Tenemos que hablar -dijo Downer. – ¿Sobre qué? – murmuró Georgiev fastidiado. – Sobre echar más leña al fuego -gruñó Downer. – Vuelve a tu puesto -insistió Georgiev. – Escúchame. Cuando abrí la puerta, vi como veinte o veinti

cinco guardias de seguridad con armas y escudos en el pasillo. – Eunucos -dijo Georgiev-. No se arriesgarán a entrar. Ya

hemos hablado de esto. Estarían arriesgando demasiado. – Lo sé -Downer desvió la mirada hacia un teléfono de seguridad apoyado sobre un bolso militar en el suelo-. Pero tu fuente de inteligencia dijo que sólo Francia había consentido en pagar. No tenemos de rehén ala maldita secretaria general, como lo habíamos planeado.

–Eso fue desafortunado -dijo Georgiev-, pero no catastrófi co. Nos arreglaremos sin mediador. – No veo de qué manera -dijo Downer. – Resistiendo más que ellos -dijo Georgiev-. Cuando Estados Unidos empiece a temer que las niñas estén en peligro, pagarán todo lo que no paguen los otros países. Lo pondrán a cuenta de la deuda con la ONU, encontrarán alguna manera apropiada de dárnoslo. Ahora regresa y haz lo que se supone que debes hacer.

–No estoy de acuerdo con esto -insistió Downer-. Creo que tenemos que calentar el ambiente. – No hace falta -dijo Georgiev-. Tenemos tiempo, comida,

agua… -¡No me refería a eso! – interrumpió Downer. Georgiev le lanzó una mirada. El australiano se estaba poniendo ruidoso. Era exactamente lo que esperaba de Downer. Un rústico discutidor y ritualista, predecible y extremo como un kabuki japonés. Pero se estaba extendiendo un poco más de lo tolerable y poniéndose demasiado escandaloso. Estaba dispuesto a dispararle a Downer, adispararle a cualquiera de los suyos si tenía que hacerlo. Deseó que Downer pudiera notarlo en sus ojos.

Downer tomó aliento. Cuando habló, se había calmado un poco. Había recibido el mensaje.

–Lo que digo -siguió Downer-, es que estos cabrones no es tán entendiendo el mensaje de que queremos el dinero, que no vamos a hablar. Chatterjaw intentó negociar.

–Eso también nos lo esperábamos -dijo Georgiev-. Y la de tuvimos.

–Por ahora -rezongó Downer-. Volverá a intentarlo. Hablar es lo único que hacen estos imbéciles.

–Y nunca resulta -dijo Georgiev-. Estamos preparados para todas las eventualidades -le recordó tranquilamente el búlgaro-. Vana obedecer.

El australiano todavía sostenía la pistola con la que había ma tado al delegado sueco. La sacudía mientras hablaba.

–Sigo pensando que tendríamos que averiguar qué traman y presionar a los cabrones -dijo Downer-. Yo digo que después de liquidar al delegado italiano, empecemos con las nenitas. Quizá primero torturarlas, que se escuchen un par de gritos por los pasillos.



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.