Olas sobre una roca desierta by Terenci Moix

Olas sobre una roca desierta by Terenci Moix

autor:Terenci Moix [Moix, Terenci]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1969-01-01T00:00:00+00:00


* * *

Cap d’Antibes, 17 de junio

Toda nueva dirección provocará en ti, estoy seguro, nuevas incógnitas, interrogantes que probablemente tengo la obligación de desvelar. Toda partida repentina de los lugares en que se supone que debería sentirme a gusto, en los que tendría que instalarme acaso definitivamente, te hará pensar —⁠o bien te dará razón de ello⁠— que no soy sino algo más que un pardillo, náufrago en un vacío que ni la concreción de los sitios y de la gente consigue llenar.

Conozco tan perfectamente mi calidad de culo inquieto, que no intentaré defenderme siquiera. Tampoco lo he hecho ante ninguna de tus cartas dogmáticas, porque es posible que, en el fondo, reconozca el grado de razón que contienen tus reproches e incluso que los asuma. De manera que lo único que puedo oponer a ellos es la indiferencia profunda de mi naufragio.

Esta vez, empero, ha habido una causa poderosa —⁠además del poco interés que despertaba en mí el Festival⁠—, y mi estancia, esperemos que larga, en Cap d’Antibes ha sido motivada por un conocimiento cautivador, al que no le falta originalidad, es más, la tiene de sobra.

De todas las fantasías que podía imaginar, esta es, tal vez, la más exaltada; pero también la que más se acerca a lo que siempre he echado de menos en mis relaciones sentimentales: la poesía. Artificial, si quieres, pero hecha a la medida de lo que cualquier relación sentimental que acometiera a partir de ahora tendría que ofrecerme.

Ella se llama Adalgisa, y ha surgido de la noche, como yo, en el centro de La Napoule, inerte y bella como una tanagra restaurada: silente y sonriente como una antigua, irreal madona. En la cubierta del «Cabo San Roque», anclado hace cinco noches ante las luces de Cannes que chisporroteaban quietamente, ella dejaba volear su cabellera larga y dudosa —⁠ni muy oscura ni muy clara⁠— que el soplo de la noche empujaba hacia Oriente. Ya habían llegado todas las barcas que venían del muelle, transportando a los enguirnaldados invitados que salían de la gala cinematográfica, y aquel lado de la cubierta había quedado solitario, sin nadie excepto ella, que permanecía siempre inmóvil, con el brazo acodado en la baranda y la expresión medio sonriente; con las gafas oscuras, donde iban a topar, en fijo reflejo, las lucecitas del barco. Dentro, los invitados alborotaban, hablando de la película que acababan de ver, o bien, la mayoría, iniciando un baile y, huelga decirlo, engullendo educadamente los canapés, los whiskies y los champañas que los primeros en llegar habían tenido la gentileza, o acaso el descuido, de dejar. Todo estaba dentro, pues: todo el revuelo, la frivolidad, todos los sentimientos y todas las sensaciones típicas de esas madrugadas de festival de cine, cuando los escogidos, los que han recibido la invitación, se bifurcan hacia las grandes soirées d’après séance, ya sea Aux Ambassadeurs (fiesta de la Délégation Japonaise), en el Gamberra (recepción de los daneses) o, en fin, en la Noche Sueca del Carlton e incluso en una



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