Odisea by Javier Negrete

Odisea by Javier Negrete

autor:Javier Negrete [Negrete, Javier]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras
editor: ePubLibre
publicado: 2019-04-30T16:00:00+00:00


50

Odiseo despertó al día siguiente en un rincón del mégaron. O no lo recordaba o debían de haberlo llevado en brazos hasta allí y, tras descalzarlo y quitarle el manto, lo habían tumbado en un jergón de paja para taparlo después con una gruesa colcha de lana.

—¡Despierta, extranjero!

Abrió los ojos y se incorporó. Era Eunice quien lo sacudía por el hombro para espabilarlo.

—El sol ya hace rato que se despegó del horizonte —dijo la criada—. Mi señora Nausícaa me ha encomendado que te acompañe hasta la plaza para que presencies los juegos en honor de Poseidón.

Odiseo se atusó el pelo con las manos, procuró quitarse los restos de legañas y después visitó la letrina contigua. Cuando terminó, Eunice y él salieron del palacio y desanduvieron el camino que había seguido la víspera, hasta llegar a la gran plaza donde había visto los bancos de piedra. Ahora estaban todos ocupados. Había mucha más gente de pie que abarrotaba el lugar, dejando tan solo libre la arena rectangular del centro. Eunice llevó a Odiseo hasta un asiento que le habían dispuesto entre los reyes, a la derecha de Areté, que volvió a clavar en él aquellos ojos inquietantes de dos colores. Un poco más allá, sentada en un banco de madera junto a varias de sus criadas, se encontraba Nausícaa, que se asomó por delante de las cabezas de sus acompañantes para sonreírle. Odiseo correspondió a su saludo inclinando la barbilla. La joven vestía una bonita túnica azafrán y llevaba un velo translúcido que, más que disimular sus cabellos de fuego, los realzaba.

—¿Has dormido bien, forastero? —preguntó Areté.

Odiseo se dio cuenta de que, por primera vez en mucho tiempo, ni tan siquiera recordaba si había soñado. Era como si hubiera parpadeado sentado en el salón delante del cálido hogar y un segundo después hubiese aparecido tumbado en aquel jergón.

—Un sueño reparador, wánassa —respondió.

Antes de que empezaran las competiciones, el rey hizo inmolar doce ovejas, ocho cerdos y dos bueyes. Tras las preceptivas libaciones a los dioses, los pinches y trinchadores de palacio empezaron a preparar la carne y a distribuirla entre los asistentes. También repartían cestas de pan recién cocido sobre piedras calientes y pellejos de dulce vino que corrían de mano en mano.

Mientras tanto, un coro de muchachas cantaba un himno en honor de Poseidón en el que se mezclaban fragmentos de la historia de los feacios; una historia que no parecía remontarse demasiado en el tiempo. Al parecer, no muchas generaciones antes habían habitado una isla muy fértil llamada Hiperea. Pero eran vecinos de los cíclopes, que moraban en otra isla cercana y más pequeña, por lo que los feacios habían decidido mudarse con sus naves en busca de otro lugar más apartado y pacífico. Odiseo torció el gesto al escuchar aquellos versos, recordando el desastre sufrido por su flota en aquellos parajes.

Después principiaron los juegos en sí. Alcínoo, que a aquella hora todavía temprana mostraba ya las mejillas un tanto arreboladas por el vino, se alzó en el estrado



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