Nuestro último verano by Sebastián García Mouret

Nuestro último verano by Sebastián García Mouret

autor:Sebastián García Mouret [Sebastián García Mouret]
La lengua: spa
Format: epub
publicado: 2020-07-27T16:00:00+00:00


56

Apenas rozaban la media mañana. El sol brillaba, oculto tras una fina capa de nubes, pero dispuesto a regresar en cualquier momento. Aquello tan solo era una pequeña tregua para preparar a los campistas, pues se avecinaba un tórrido fin de semana.

Era la hora libre de Jake y el joven había decidido ir a dar un paseo para airearse. Llevaba días atormentado, dándole vueltas a lo de Hannah, la chica que había conquistado su corazón y, al parecer, también el de Marcos.

Caminando en círculos por el camping, Jake hablaba en voz alta, tratando de darle un orden a su discurso.

—Vale… Vale… —murmuraba—. Voy y le digo: «Marcos, nos hemos pillado de la misma tía y, teniendo en cuenta que tú estuviste saliendo con aquella chica en sexto de Primaria que a mí también me gustaba, ahora me toca a mí. No seas acaparador». No, ¡joder! No puedo decírselo así.

Pero las musas no parecían querer inspirarlo. ¿Cómo narices iba a decírselo? De entre las miles de millones de mujeres del mundo, ¿¡cómo diantres podía ser posible!? Aquello era ridículo, patético, absurdo, cliché… Como si sus vidas estuviesen en manos de un cruel escritor que tan solo buscase recrearse en el daño ajeno. Un monstruo.

—Okay —dijo Jake en voz alta. Se detuvo junto a la parcela 54 y miró fijamente a uno de los árboles, simulando que era su amigo—. ¡Marcos! —le dijo al árbol—. ¿Qué pasa, tronco? —Rio su propio chiste—. No, ahora en serio: siento decírtelo así, pero… me has robado a mi chica. Sí, sí. No me mires así. ¡Yo la vi primero! No. Me da igual lo que digas.

El árbol, como es lógico, siguió sin responder. Jake suspiró lleno de frustración.

—Por el amor del cielo, Marcos… Mírame. No soy nada. Un despojo. Un chiste. Ninguna chica volverá a fijarse nunca en mí, ¿entiendes?

Sus ojos comenzaban a humedecerse, bajo la atenta mirada del árbol.

—… en cambio tú, mírate: guapo, inteligente, universitario… Lo tienes todo. Eres… Eres… Un puto árbol.

Cerró los ojos con fuerza y alzó el rostro al cielo. Dejó que la frustración se apoderase de él, y se tiró de rodillas junto a su nuevo amigo de corteza y ramas. Hundió las manos en la tierra húmeda y arrancó todos los brotes de hierba que fue capaz de abarcar.

—¿Qué coño estoy haciendo? —se preguntó, arrojando la tierra con rabia.

Se pasó las manos por la cara, secándose las lágrimas de los ojos.

Oyó entonces la campanita de la puerta de recepción. Estaba a tan solo unas parcelas de la entrada del camping, y lo último que necesitaba era que lo pillasen lloriqueando en una esquina. De modo que se irguió, consiguió serenarse, se sacudió la tierra de los vaqueros y fue hacia la entrada, como si nada.

Ahí estaba Marcos.

—¡Hola, Jake! —lo saludó. Estaba cargado con una escalera, un bote de pegamento y… ¿una «i» blanca?—. ¿Dónde estabas? No te veo desde ayer por la mañana.

Jake lo había estado evitando, incapaz de mirarlo a los ojos.

—He estado muy liado. Ya sabes. Tu tío, que no se cansa de mandar.



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