No matarás by Armando Cuevas Calderón

No matarás by Armando Cuevas Calderón

autor:Armando Cuevas Calderón [Cuevas Calderón, Armando]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2023-06-23T00:00:00+00:00


Resuelve un problema y mantendrás a raya a cientos.

—¡Qué cabrón! —exclamó la inspectora, liberando tensión, antes de acelerar para salir del garaje.

20

EL CAMINO DE LAS MENTIRAS

La inspectora Valdeón se dirigía por el pasillo de la segunda planta de la comisaría hacia el despacho donde se ubicaba el Grupo III de Homicidios, cuando al doblar una esquina, junto a las máquinas de vending, se encontró con Fidalgo.

—¡Valdeón, qué sorpresa! —exclamó este nada más verla—. ¿Te apetece un café?

—Llevo prisa —intentó evitarlo ella.

No funcionó.

—Venga, mujer. Te invito. Mira. Ya he metido las monedas.

Fidalgo era un veterano policía con el que la inspectora había trabajado al comienzo de su carrera. Un tipo de la vieja escuela que nunca se adaptó a los nuevos tiempos, y que contaba con los dedos de las manos los días que le quedaban para el retiro. Acontecimiento, su ansiada jubilación, que no perdía oportunidad de recordar a cualquiera que se cruzara con él.

—En un par de meses estoy libre como un pájaro —dijo mirando el vaso de cartón mientras se llenaba.

—¡No me digas! —exclamó la inspectora, sarcástica.

—Menuda papeleta os va a quedar a vosotros, y a los que lleguen —continuó él, ajeno al gesto de hastío con el que ella lo miraba—. Estos politicuchos de mierda van a terminar convirtiendo España en el Lejano Oeste.

—Ya será menos —dijo la inspectora, aceptando el café que le ofrecía.

—¿Que no? Ya me lo dirás. Aquí, ahora, la gente solo tiene derechos y ninguna obligación. Así están educando a los jóvenes. Y a los delincuentes. Entran por una puerta y salen por otra. Nosotros los detenemos y los jueces los sacan con un par de azotes para que sigan haciendo lo que les dé la gana.

—No exageres.

—Un puto caos. Te digo yo que sí. Y hazme caso, que me salieron los dientes pateando las calles.

Fidalgo se rascó la cabeza, terreno libre de pelo, y después se pasó la mano por su prominente barriga casi con orgullo.

—Bueno, ya te queda poco —comentó la inspectora apurando el café, deseando largarse.

—¡Y tanto! Antes de que os deis cuenta estaré en mi casa de la playa, tumbado en la terraza, tomando el sol y disfrutando de mi bien merecida paga —exclamó Fidalgo, ufano—. No como otros… Y otras —puntualizó rápidamente, guiñándole un ojo—, que os espera una buena.

—Pues sí —dijo la inspectora, indiferente.

—Me he enterado del caso que llevas —añadió Fidalgo cambiando de tema y de tono de voz, que pasó de barra de bar a ser de confesionario—. Conozco algunos detalles del asunto. Un buen marrón. Y delicado. ¿Cómo vais con él?

—Despacio. Como bien dices, es un marrón delicado.

Fidalgo resopló y desvió la mirada, para comprobar si alguien venía, antes de seguir hablando en susurros.

—Tu grupo… Tú eres cojonuda. No sé si el resto está a la altura de algo tan gordo.

—¿Qué quieres decir?

—Que tengas cuidado. El comisario te aguanta porque eres buena, y por tus éxitos, pero no te traga. Lo sabes, ¿verdad?

—Tengo ojos y oídos.

—Te faltan medios y el personal adecuado.

—Dispongo de lo que necesito —replicó la inspectora, molesta con la última parte de la observación.



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