No es verdad by Corín Tellado

No es verdad by Corín Tellado

autor:Corín Tellado [Tellado, Corín]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 1979-12-31T16:00:00+00:00


VIII

Paula había caído como incrustada en un sillón.

Necesitaba hablar.

A borbotones.

O solo despacio.

Pero sí decir cuanto le acontecía.

¿Demencial?

Pues sí. En cierto modo.

Y no soportaba que Andrés la juzgara mal.

¿Sus padres, los de Pedro?

¡Oh, no, que la juzgaran como quisieran!

Pero Andrés, no.

Ella no soportaba que Andrés, en su concepto, la tirara a un cesto sucio lleno de ratones asquerosos.

Por eso estaba allí.

Sabía que iba a revelar un secreto terrible.

¿Qué lastimaba a alguien?

Claro, sí. Pero Andrés sabría guardarlo como antes guardó otros.

Y ese secreto le atañía a ella más que a nadie.

Bueno, claro, también a Pedro.

Pero si ella pretendía defender su dimensión humana ante Andrés, y lo necesitaba, o hablaba claro o quedaba ante los ojos de su amigo como la más pérfida desconsiderada.

Y eso no.

Antes era ella y su dignidad.

Y su dimensión humana.

¿Los demás?

¿El cómo la juzgaba?

Importaba menos.

Pero Andrés no, Andrés tenía que juzgarla como era ella, sin más.

Con los pros y los contras.

Y si aún después de confesarse, de desahogar su decepción y su pena, él la juzgaba duramente, es que se había equivocado con él.

Andrés no era de los suyos.

¡Tanto como ella le admiraba como ser humano, como persona! Como persona honesta antes que nada…

—Paula, presiento que me vas a decir algo terrible.

—Sí, es que te lo voy a decir.

—Que dejas a Pedro porque tienes miedo que tus hijos, si te casas con él, salgan tarados.

—No.

Andrés la miró algo alucinado.

Paula, súbitamente, encendió un nuevo cigarrillo.

Andrés dejó de pensar en Pedro.

Pensó en ella.

Y así lo dijo:

—Paula, desde que estás a mi lado, has fumado mucho.

Lo sabía.

No era un tubo de escape.

Pero si ella sentía que lo era, ¡qué más daba!

El caso era desahogar por alguna parte.

Y desahogaba de la única forma que sabía y podía.

—No fumo demasiado —dijo—. Pero tengo que fumar hoy.

—No acabo de entenderte.

—Lo sé.

—¿Lo sabes?

—Claro. Es que no te he dicho aún, después de tanto preámbulo, lo que deseo decir. Lo que tengo necesidad de decir.

—Que dejas a Pedro con todas las consecuencias.

No. No era así.

Y lo más doloroso para ella es que no sabía cómo abordar aquella verdad que la acuciaba, que la entontecía, que la menguaba.

¿Guardarse para ella todo aquel cúmulo de verdades aterradoras?

No podía.

O lanzaba gritos desolados o decía a Andrés la verdad de todo aquello.

Y estaba allí para decirlo.

Andrés, de pie, presintiendo no sabía qué tragedia oculta, se acercó.

La miró desde su altura.

Y no era alto Andrés.

Un poco más que ella nada más.

—Paula, te conozco tanto —dijo bajo— que noto en ti una desolación terrible.

—Y es que existe, Andrés.

—¿Hasta qué extremo?

—Hasta todos.

—Por el amor de Dios, explícate.

—Te va a doler.

—¿Por ti?

—No, no por mí no te va a doler, te dolerá por la mezquindad que descubrirás en los seres humanos. En la farsa de la vida… En las personas que crees honestas y de repente las ves como cobardes gusanos asquerosos.

—¿Qué dices?

—Eso.

—¿A quién te estás refiriendo?

—A mí no. Yo obro con justicia.

Iba a volverse loco.

¿Entendía aquello?

¿Qué galimatías se traía Paula con todo aquel asunto?

No, no, Paula no era persona de galimatías estúpidos.

Ni siquiera ridículos.

Tenía una dimensión humana que él ya conocía.



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