No entres dócilmente en esa noche quieta by Ricardo Menéndez Salmón

No entres dócilmente en esa noche quieta by Ricardo Menéndez Salmón

autor:Ricardo Menéndez Salmón [Menéndez Salmón, Ricardo]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Memorias
editor: ePubLibre
publicado: 2020-01-01T00:00:00+00:00


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Dejar la casa en la que se ha crecido es como cambiar de país. Quizá sea la mudanza más importante en la vida. Más que el matrimonio o que el trabajo. Más incluso que tener un hijo. Porque es tu propio yo, un yo irrecuperable, lo que queda atrás. Al observar por el retrovisor descubres al rey desnudo, un cuerpo que ya no volverá. Es la muda de la serpiente, el harapo de lo que fuiste. Creo que solo entenderé lo que mi defección significó para mis padres cuando mis hijos se vayan. O quizá ni siquiera entonces, pues ojalá su adiós, cuando llegue, no obedezca a la sensación de habitar en una ciénaga. Espero que se marchen con la cabeza alta, exultantes y felices, dignos, cerrando la puerta con brío, no como quien abandona una casa tomada por fuerzas malévolas mientras echa el cerrojo con cuidado, no sea que los moradores le agarren del pelo y lo devuelvan a su nicho oscuro.

En aquella fuga se contenía un punto de no retorno. Un rien ne va plus de crupier hastiado. El pacto de afecto y solidaridad de la sangre se agotó por una cuestión de supervivencia. La disyuntiva era entre cordura y caída, futuro y rendición. Veinte años de mi vida bajo los ejércitos de la invisibilidad y de los venenos habían alimentado una sensibilidad morbosa, una tendencia exasperante a la melancolía. Escapar del panóptico donde la enfermedad era el único policía y la moral un asunto de grilletes filiales fue mi particular lucha por una habitación propia. El reto era la conquista de una soledad desde la que construir una libertad perfectible pero solo mía, la búsqueda de un ámbito que no tenía que ver con un espacio de consuelo y recogimiento, sino con un territorio sin contratos con la piedad de la tribu.

Mis amigos de aquel periodo se hallaban entregados a formas severas, a menudo estúpidas, de la demolición de puentes. Desde fumar heroína hasta formar parte del movimiento okupa, desde asumir una conciencia política radical hasta coquetear con los rostros de la anomia, aunque siempre, de fondo, la prosa que escuchábamos era la del nihilismo milenarista que llamaba ya con fuerza a nuestra puerta: la tentación del suicidio, el flirteo con la muerte, una violencia sin sentido, objeto ni enemigo visible, nacida del más puro y abominable tedio y de su raíz: el hecho indigno, que en el fondo nos abochornaba y nos volvía aún más cobardes, de que nuestras necesidades materiales estaban cubiertas sin que hubiéramos hecho ningún esfuerzo por merecerlo. Entre tanto, yo vivía empeñado en una lucha que a ellos, a mis iguales, debía parecerles casi ingenua, en el fondo incongruente: romper con la familia, escapar de casa.

Recuerdo que mis amigos se encontraban cómodos en ese pasmo atroz en que transcurríamos. Como I vitelloni de Fellini, chupaban de la teta gorda de la familia para luego poder romperse la cabeza cada fin de semana contra el muro del sinsentido. Bailaban hasta caer



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