Ninfa rota by Alfredo Gómez Cerdá

Ninfa rota by Alfredo Gómez Cerdá

autor:Alfredo Gómez Cerdá [Gómez Cerdá, Alfredo]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Juvenil
editor: ePubLibre
publicado: 2019-03-01T00:00:00+00:00


Conté las palabras. Cinco. No me gustan los mensajes que comienzan con una negación. Era tan escueto que me pareció lleno de ambigüedad. ¿Qué quería decir realmente? ¿Lo que deseaba era que dejásemos de ser novios? ¿Era eso? ¿Una cosa implicaba la otra? Ya sé que cualquier persona lo habrá entendido sin problema, pero yo no podía creérmelo, por eso seguía dándole vueltas, tratando de desentrañar algún sentido oculto, encriptado.

Tenía el convencimiento de que antes de dar por bueno aquel mensaje debía hacer algo, pero ¿qué? ¿Responderle con la frialdad de otro wasap? ¿Recurrir a los emoticonos y buscar una cara de pena, de tristeza, con unos lagrimones cayendo por las mejillas?

Estoy segura —ahora lo estoy— de que en aquellos momentos no era consciente de lo que de verdad significaba el mensaje de Eugenio.

Mi padre volvió a golpear la puerta de mi habitación con los nudillos. Se extrañó al verme aún sentada en la cama, con el móvil en la mano, con cara de… Bueno, no sé muy bien de qué se me habría puesto cara.

—Marina, vamos. Se te va a hacer tarde.

—Ya voy.

—¿Te ocurre algo?

—No, no, ya me levanto.

Menos mal que fue mi padre. Mi madre nunca me hubiese preguntado «¿te ocurre algo?». Mi madre se habría acercado a la cama, me habría mirado fijamente y su pregunta tendría otro matiz y otra intención: ¿qué te ocurre? Una madre y un padre te quieren igual, pero la diferencia entre ellos está en su forma de preguntar.

Salté de la cama y me encerré en el cuarto de baño. No puedo expresar bien lo que sentía. No lo sé ni yo. He pensado en alguna palabra que pueda expresarlo y la única que se aproxima un poco es incredulidad, es decir, no podía creerme que fuera cierto, aunque el mensaje por más que lo mirase permanecía allí, en el rectángulo luminoso del móvil.

Lo mejor sería hablar cuanto antes con Eugenio, aclararlo todo, volver a poner las cosas en orden, deshacer cualquier equívoco… ¡Lo que fuera! Estaba segura de que se trataba de un error, o de un momento de ofuscación, o de un malentendido. Me iría a la carrera al instituto y hablaría con él, cara a cara, mirándonos a los ojos, como tantas veces habíamos hablado.

Traté de evitar a mi madre durante el desayuno, por lo que entré a la cocina cuando ella salía.

—Se te han pegado las sábanas —me dijo.

—Un poco.

Pero no pude evitar que bajásemos juntas hasta la calle. A veces ocurre, su horario de trabajo es parecido al horario del instituto. Eludí su mirarla en el ascensor y permanecimos extrañamente calladas. Como vivimos en un piso alto, se me hizo eterno el descenso.

Ya en la calle nos despedimos. Yo siempre voy andando al instituto y ella coge un autobús. De repente, a la altura de la parada, me soltó la dichosa pregunta:

—¿Qué te ocurre, Marina?

—Llego tarde, mamá. —Por fortuna, iba con la hora pegada al culo.

Ir con la hora pegada al culo me impidió ver a Eugenio antes de las clases.



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