Nieve Blanca by Jose Gil Romero & Goretti Irisarri

Nieve Blanca by Jose Gil Romero & Goretti Irisarri

autor:Jose Gil Romero & Goretti Irisarri [Gil Romero, Jose & Irisarri, Goretti]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Terror
editor: ePubLibre
publicado: 2021-01-05T00:00:00+00:00


La chica india abrió los ojos, despierta al fin. Se había tendido un momento a recuperarse de aquel cansancio terrible, de aquel frío interior.

Ella y él se miraron, tensos, como dos gatos que fueran a salir corriendo cada uno por su lado. Él, sin embargo, le cortaba una posible huida hacia la puerta.

—¡Venid! —gritó Bill Grumpy Marsden—. ¡Venid corriendo, por el amor de Dios!

Acudieron enseguida los otros, Nieve Blanca escuchó los pasos presurosos saliendo de la mina, las voces preocupadas.

Cinco hombres y un niño asomaron por la puerta, armados con sus picos, y entraron en la cabaña para detenerse al verla; quedaron petrificados.

—Que me parta un jodido rayo —dijo Averell. Si no hubiera estado tan enamorado de su Olga, en ese instante se habría enamorado de la desconocida.

—Perdón —dijo la india encogiéndose en el camastro—, me tumbé a dormir un poco, creo que estoy enferma.

—Hablas bien nuestro idioma.

—Mi tribu acampa junto al fuerte Grimm, he aprendido a hablar las palabras del hombre blanco. Me iré enseguida, no molestaré. Por favor, no me hagan daño.

—¿Daño? —replicó Happy sonriente—. No te preocupes, muchacha, nosotros somos buenas personas y este —dijo señalando a Cletus— es impotente.

Doc adelantó un paso.

—Dime, ¿qué es eso de que estás enferma?

Nieve Blanca tragó saliva.

—Alguien, una mujer que me odia, me envenenó. Una sola gota, pero creo que me está haciendo mal por dentro.

—Yo soy médico —dijo Doc—, deja que te examine. Hay que averiguar lo que te está pasando y darte un remedio.

—Yo tengo un…

—Cállate, Cletus, tu crecepelo no sirve de nada —dijo el hermano mayor—. Salid.

Fueron abandonando la cabaña Cletus, el alemán y el niño negro, de lo más respetuosos.

Los hermanos se miraron.

—No sé… —dijo Bill.

—Es médico —replicó Averell—. Sabrá él mejor que nosotros lo que hacer, ¿no?

No parecía tenerlas todas consigo el gruñón de Bill.

—Vamos —dijo Happy, y tomó del brazo a su hermano.

Salieron también.

—Que me traiga el mudo mis cosas de la alforja —añadió Doc.

El Mudito acudió hasta el caballo de Doc y de su alforja extrajo un paño largo que guardaba los instrumentos de médico. Se los llevó y después salió de nuevo, dejando dentro a Doc y a la chica.

Sobre la mesa destartalada, Doc desenrolló el hatillo de paño y dejó a la vista los instrumentos, el perfecto kit de campaña; punzones, sacamuelas y tijeras, venda de tela y banda de metal para cortar hemorragias y hasta una sierra para amputar miembros. La india se puso pálida.

—No tengas miedo —dijo Doc—, solo voy a utilizar esto.

Del hatillo extrajo un invento usado para escuchar en los interiores del cuerpo humano, que llamaban Estetoscopio.

Tomó asiento a los pies de la cama; había algo en el hombrecillo, quizás una cierta edad o esa manera de comportarse de los médicos, que tranquilizó a la chica y le hizo confiar en él.

Cooper Doc Marsden había sido, de entre todos sus hermanos, el único que estudió. Ya de pequeño se pasaba el día entre libros, mientras aquellos mataperros no hacían más que tropelías. Traían a su madre por la calle de la amargura: «¡William Marsden! —decía la buena señora—.



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