Nido de águilas by Raúl Sánchez García

Nido de águilas by Raúl Sánchez García

autor:Raúl Sánchez García [Sánchez García, Raúl]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2024-03-01T00:00:00+00:00


* * *

No me gustan las sorpresas. En parte, porque durante años las recibía en forma de bala. Para bien o para mal, según se mire, ninguna llevaba mi nombre escrito. No podía decir lo mismo de la nota que habían pasado por debajo de mi puerta. La descubrí al llegar a casa después de visitar a Adrián y canjear algunos cupones de la cartilla de racionamiento en el Colmado Segarra —garbanzos, un cuarto de litro de aceite, tocino, pan negro y arroz. Hacía tanto que no lo repartían que casi borro el sello del cupón con miga para que me dieran otra ración—. Dejé la comida en la cocina y desdoblé la nota. Damián Montesinos tenía los resultados de la autopsia. Guardé el tocino en la fresquera —los fragmentos de hielo envueltos en serrín para que aguantaran más—, y volví a la calle en busca de un taxi.

La carrera al hospital me costó cuatro pesetas. Lo que me parecía casi abusivo, teniendo en cuenta que recorrimos dos kilómetros y que la bajada de bandera eran ochenta céntimos. Si cogías el tranvía 29 recorrías la ciudad por quince. Pero no era cuestión de hacer esperar a la autoridad. La paciencia no era una de las virtudes del cuerpo.

Fue cruzar el pórtico del Clínico y notar que me costaba respirar. El ambiente espeso y aséptico se me agarraba a las narinas como un resfriado al pecho. No era ningún secreto que odiaba los hospitales casi tanto como a los fascistas. Y tampoco lo era que me fue imposible no sentir una punzada de nostalgia por Fermín Artero, forense y compañero de mi padre, mientras recorría los pasadizos cada vez más austeros y fríos del centro médico. Si no le hubiera pedido ayuda con los hermanos Sala seguiría vivo. Prefería trabajar con el viejo forense alcohólico que con el niñato imberbe que me esperaba en la antesala del depósito de cadáveres. Una estancia pequeña de baldosas blancas con manchas de humedad en el techo que apestaba a formol. Montesinos, apoyado sobre una mesa del tamaño de un pupitre, charlaba con un tipo sentado al otro lado, que buscaba, o fingía hacerlo, un informe en un archivador de acordeón portátil. Ambos vestían batas.

—¿Os traigo un café? —interrumpí—. ¿O unas limas para las uñas?

El forense se despegó del escritorio como si este estuviera en llamas. Se ajustó las gafas, la mano abierta para coger toda la montura.

—Hombre, ya tenemos aquí al flamante detective. —Me miró con desdén, con aquella sonrisa altiva de labios demasiado rosados y, dirigiéndose a su compañero, añadió—: Si alguien pregunta por mí, no estoy.

El otro se limitó a asentir, las manos saltando de una carpeta a otra como si no tuviera nada mejor que hacer.

Montesinos dio media vuelta y me hizo un gesto con el mentón para que lo siguiera tras la puerta doble. Las luces de la sala parpadearon hasta estabilizarse iluminando una habitación rectangular que olía a desinfectante. No había cambiado nada desde la última vez que la



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