Niños y bestias by Álvaro del Amo

Niños y bestias by Álvaro del Amo

autor:Álvaro del Amo [Amo, Álvaro del]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Infantil, Juvenil
editor: ePubLibre
publicado: 1992-03-19T00:00:00+00:00


El zoo de Hamburgo cierra los lunes

na cucaracha.

—Frío.

—Un ratón.

—Frío, frío.

—Una paloma.

—Helado.

La niña, castigada al desván por mancharse la falda, ha encontrado dentro de una sombrerera a Totó, de quien se había olvidado.

Totó era un muñeco que le trajo de Italia su madrina hace lo menos cuatro años. Entonces, la niña llevaba aún coletas, saltaba a la comba durante horas sin cansarse y no importaba si una gota de leche o un churretón de tortilla salpicaba en la blusa.

Totó resultó un mago. Desplazaba por el aire las muñecas sin tocarlas, adivinaba el pensamiento de la niña y sus amigas, actuaba también como confidente. Ella le contaba sus cosas, sus penas, y él le aconsejaba, muy sabio y prudente.

Un día, por un descuido de la niña, Totó se quedó manco. Ella se empeñó en plancharse un camisón de algodón muy arrugado, Totó trataba de disuadirla, sentado al lado de la tabla sobre un taburete, y ella, nerviosa y atolondrada, colocó la plancha hirviendo encima de la mano de Totó, que era de cartón con un hueso de madera, chamuscándose en un momento y evaporándose en una columna de humo oscuro.

Totó, sin su mano izquierda, dejó de ser Totó. Se miraba la manga vacía y se le quitaban las ganas de magias. Callado, los ojos húmedos, no salía apenas de la sombrerera blanca y verde. La niña se llevó un gran disgusto, lamentando durante semanas haber dejado manco a su buen amigo. Procuró animarle y distraerle, improvisando ella sencillos juegos malabares, cantándole preciosas canciones tristes, preguntando, en la juguetería Pabú, si no componían manos para muñecos italianos; fue una lástima; le ofrecían una mano de celuloide, que Totó rechazó muy ofendido, cómo iba a ir él por el mundo enseñando unos deditos gordezuelos, de pepona.

Totó no recobraba su buen humor y la niña, a punto de abandonar la infancia, se fue apartando de sus juguetes. Totó, juguete lloroso y mutilado, fue trasladado una mañana al desván, junto con otros trastos. La niña estaba fuera, pasando el verano con su amiga Eva y al volver se encontró que su cuarto ofrecía otro aspecto, más serio, más de mayor, dedicado el estante de cachivaches a albergar los libros de texto y con una lámpara nueva y sencilla, una araña de madera de cuatro brazos que sustituía el barco pirata, ya un poco desvencijado. La verdad es que se acordó de Totó, pero no preguntó por él a su madre que le enseñaba alegremente su nueva habitación y acabó olvidándose del mago italiano manco de la mano izquierda.

Esta tarde, por hacer el ganso, como dictaminó su hermana mayor, con su hermano Guillermo, el pequeño, se echó encima un bote de engrudo líquido, poniéndose perdida la falda nueva. «Quítatela hasta que Celia consiga limpiarla y vete… vete… al desván», le había gritado su hermana mayor, esos días en funciones de madre y muy malhumorada por tener que ocuparse de sus hermanos mientras sus amigos bailaban y merendaban hora tras hora.

La niña, desconcertada con su blusa violeta y su enagua blanca, rebuscando en el desván, tropezó con la sombrerera de Totó.



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