Nenúfares que brillan en aguas tristes by Bárbara Gil

Nenúfares que brillan en aguas tristes by Bárbara Gil

autor:Bárbara Gil [Gil, Bárbara]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico, Aventuras
editor: ePubLibre
publicado: 2021-02-01T00:00:00+00:00


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Mil jardines para un sol cobarde

28 de marzo de 2013

* * *

La naturaleza no tiene el don de la palabra, pero sí el de los colores. Cuesta imaginar el mundo sin esa gama de matices con la que se viste. Resulta un lenguaje más efectivo que el nuestro, y tal vez por eso lo imitemos: si no les arrebatásemos el rojo intenso a las cochinillas, nuestros labios no pedirían con la misma fuerza los besos. Aunque, a lo mejor, sin el fucsia delirante de las flores del chilco, más conocidas como pendientes de la reina, las niñas de trece años podrían jugar sin preocuparse por estar guapas con sus vestidos rosas e ideales. Yendo hacia atrás en el tiempo de esta historia, en la celebración por los sesenta años de Ernesto, el color amarillo del vestido de Sabela había atraído a los hombres como el polen a las abejas, mientras que Irina había lucido el gris insípido de las piedras que no saben de amores. Y rebobinando todavía más, el rojo sangre del vestido de la mujer de la foto, Amina, había roto las barreras del tiempo y del espacio para hechizar a Irina y a Sagor imantándolos hacia Bangladés; un truco, podría decirse, todavía más atrayente que el del ave fragata que hincha su buche en el cortejo hasta que parece un globo rojo. Y volviendo al presente, el color vino de los trajes de Al Mamun era tan exuberante que, en un país donde el treinta por ciento de la población gana solo un dólar diario, resaltaba como un diamante rojo entre el carbón.

Un color puede ser un destello de vida, pero también un microcuento lleno de fantasmas de luz. Tal vez por eso, el púrpura casi negro como la belladona de las pupilas de Elena había sido tan disuasorio como el veneno de esa planta que las meigas usaban en sus conjuros; mientras que el verde en los ojos de Faisal enmascaraba cualquier otro color al igual que la clorofila, como si la primavera nunca se acabase en ellos.

Los trabajadores de Hazaribagh, el barrio de los curtidores por el que caminaba Amina la mañana siguiente al Holi Festival, lo sabían muy bien: el rojo-baya es una señal de prohibido tentadora; el naranja-otoño despierta la nostalgia de los amores que no volverán; el azul-cielo es calmante como entrar en un estado zen, y el blanco-paloma, con su inocencia inmaculada, puede hacer cambiar de opinión a un gobierno.

Pero ¿qué sucede si mezclas todos esos colores? ¿Si untamos el amarillo con el rojo, con el verde, con el azul? ¿Si los engurruñamos como el pintor que tiene demasiadas tonalidades en su paleta?

Que solo queda un barrillo gris-blanquecino y miserable, triste, inservible.

Y eso es Hazaribagh: un lugar que pocos pueden señalar en el mapa, un barrio industrial a orillas del río Buriganga, el viejo Ganges, donde se utilizan todo tipo de químicos para convertir las pieles de los animales en cuero. Un lugar donde los pellejos muertos e incoloros se apilan en rimeros esperando a ser teñidos.



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