Mundo, demonio y carne by Michaelle Ascencio

Mundo, demonio y carne by Michaelle Ascencio

autor:Michaelle Ascencio [Ascensio, Michaelle]
La lengua: spa
Format: epub
publicado: 2016-06-14T00:00:00+00:00


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Papaya dushi, anana con juice, patiya, apelsina dushi, guanábana, mespel, hiba aguacati!, voceaban las negras, de pie frente a sus puestos de frutas en el mercado de Puerto Cabello. Papayas, membrillos, caimitos, nísperos, patillas, aguacates, naranjas, amontonados por especies como formando una escultura, atraían las miradas, las de los extranjeros sobre todo, que se detenían ante el vistoso y suculento aspecto de las frutas, dispuestas sobre una mesa curtida pero limpia, escrupulosamente limpia, para un lugar invadido de olores, vapores, voces y sudores que se mezclarían hasta después del mediodía, pero más aún ante las vendedoras, cuya cabeza, envuelta en pañoletas de colores, enmarcaba un rostro reluciente y distante con el que era difícil entrar en componendas.

El mercado, un edificio que el Concejo Municipal terminó el año pasado, se ve muy concurrido esa mañana de agosto, doña Olegaria y Rafaela, la cocinera de la casa, conocían el lugar como la palma de sus manos y no dejaban de hacer gala de ello ante las recién llegadas de Valencia, aconsejando, indicando, proponiendo o criticando: no, el garbanzo y los quinchonchos son mejores más adelante, ya vamos donde los sombreros niñas, los periquitos están del otro lado, por ahí no se metan que son puras sillas de montar y cosas para los animales... La cantidad de gente, la bulla, el trajín y una especie de efervescencia lo animaban a uno a ir de aquí para allá, pedir precios, medir, sopesar, probar, comparar, admirar, los verbos que comprometen el gusto y las ganas se agolpaban en el lugar. María Manuela, Luisa Teresa y mucho menos Ignacita, la más pequeña de las hijas de doña Teotiste, no podían dejar de emitir griticos de asombro ante el espectáculo de gentes, animales, víveres y quincallería que desfilaban y se exhibían: campesinos con sus productos, pescadores, carniceros, talabarteros, artesanos, muchachos que cargaban cajas y sacos, señores que discutían e inspeccionaban, señoras de todas las clases y estados, venían todos los días desde tempranas horas a curiosear, a comprar y a vender. María Manuela, repuesta en carnes e iniciándose en su nueva vida, no sabía qué mirar ni en qué fijarse primero, y eso que ya conocía el mercado central de Valencia, pero las negras vendedoras con sus faldas anchas y sus pañuelos vistosos rematados en la nuca o en la frente, en un nudo o en un complicado lazo acaparaban su atención, miraba sus rostros y sus labios violeta, casi marrones, que vociferaban la mercancía en una lengua extraña:

–Son de Curazao, dijo doña Olegaria, como respondiendo a una pregunta y hablan en su lengua que llaman papiamento, pero viven aquí, ¿sabes?, muchas se vienen porque la isla está cerquita, desde El Cabo de La Vela se puede ver, ¿sabías...?, y volteó la cabeza para mirar a su hermana que no perdía detalle, ¿sabías que muchas se vienen y viven ilegalmente en el Puerto?, mejor dicho, viven en Borburata y se vienen todos los días desde muy temprano al mercado, son gente trabajadora, añadió, ¿pero te fijaste qué



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