Todos eran mis hijos by Arthur Miller

Todos eran mis hijos by Arthur Miller

autor:Arthur Miller [Miller, Arthur]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Teatro, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 1947-01-01T05:00:00+00:00


Tercer acto

Dos de la madrugada de la mañana siguiente. Al levantarse el telón, vemos a la madre meciéndose en el balancín, absorta en sus pensamientos. Hay luz en uno de los dormitorios superiores, pero no así en las ventanas de la planta baja. El intenso reflejo de la luna ilumina la escena con su luz azulada.

Al poco, entra Jim por la izquierda, con chaqueta y sombrero, y toma asiento a su lado.

JIM: ¿Se sabe algo?

LA MADRE: Nada.

JIM (con delicadeza): No puedes pasarte la noche en vela, Kate, ¿por qué no te acuestas?

LA MADRE: Estoy esperando a Chris. No te preocupes por mí, Jim, estoy bien.

JIM: Pero ya son casi las dos.

LA MADRE: No puedo dormir. (Breve pausa.) ¿Has tenido que salir a alguna urgencia?

JIM (cansado): Uno con jaqueca que ya creía que se moría. (Breve pausa.) La mitad de mis pacientes está mal de la cabeza. Nadie sabe la de locos que andan sueltos por ahí. Ay, el dinero. Dinero, dinero, dinero, dinero. Cuanto más repites la palabra, menos sentido tiene. (Ella esboza una sonrisa y ríe entre dientes.) ¡Ay, ojalá llegara el día en que no significara nada!

LA MADRE (sacude la cabeza): ¡Qué infantil eres, Jim! A veces eres un crío…

JIM (la mira un instante): Kate. (Pausa.) ¿Qué ha pasado?

LA MADRE: Ya te lo he dicho. Tuvo una discusión con Joe y cogió el coche y se fue.

JIM: ¿Qué tipo de discusión?

LA MADRE: Una discusión. Joe… lloraba como un niño, hace un rato.

JIM: ¿Han discutido por Ann?

LA MADRE (leve vacilación): No, no ha sido por Ann. ¿Tú te crees? (Señala la ventana iluminada en el piso de arriba.) No ha salido de esa habitación desde que se fue Chris. Lleva toda la noche ahí arriba encerrada.

JIM (mira la ventana y luego a ella): ¿Qué hizo Joe, decírselo?

LA MADRE (deja de mecerse): ¿Qué tenía que decirle?

JIM: No temas, Kate, lo sé. Lo he sabido desde siempre.

LA MADRE: ¿Cómo?

JIM: Hace tiempo que lo intuí.

LA MADRE: Yo siempre tuve la impresión de que Chris, en el fondo…, tenía sus sospechas. No pensé que fuera a tomárselo tan a pecho.

JIM (se levanta): Chris habría sido incapaz de vivir sabiendo una cosa así. Hay que tener cierta facilidad para…, para mentir. Tú y yo la tenemos. Pero Chris, no.

LA MADRE: ¿Estás insinuando que…, que no va a volver?

JIM: No, volverá. Todos volvemos, Kate. Estas pequeñas rebeliones internas siempre terminan por sofocarse. Todos acabamos cediendo. Frank lleva razón: cada hombre nace con una estrella. La estrella de su integridad. Uno se pasa la vida intentando alcanzarla, pero una vez apagada, ya nunca más vuelve a encenderse. No creo que Chris haya ido muy lejos. Querría estar un rato a solas para ver cómo se apagaba su estrella.

LA MADRE: Con tal de que vuelva…

JIM: Ojalá no lo hiciera, Kate. Yo lie los bártulos en una ocasión y me fui, a Nueva Orleans; me pasé dos meses viviendo a base de leche y plátanos mientras investigaba sobre cierta enfermedad. Fue una experiencia extraordinaria. Luego llegó ella, me lloró, y volví a casa.



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