Muerte en la boda by Anne Hocking

Muerte en la boda by Anne Hocking

autor:Anne Hocking [Hocking, Anne]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 1946-01-01T00:00:00+00:00


8

EL padre de Jeanne esperaba en la espaciosa sala donde, con excepción de las proximidades de la chimenea, se dejaba sentir en esta noche un frío bastante intenso. Sin embargo, el señor Foster había dispuesto una pequeña recepción en forma de una botella de oporto y una buena caja de tabaco.

Nuestro diminuto señor presentaba mejor aspecto que el día anterior. Su pequeño ego, habitualmente dominador, seguía un tanto abatido, cosa natural, pero el horror que le produjera la trágica muerte de su hija iba cediendo gradualmente en su espíritu.

—Siéntese —invitó—. Me alegro de verle, William. ¿Un cigarro?

Austen aceptó este y rechazó el oporto. El señor Foster se sirvió vino, se acomodó en su asiento y se dispuso a entrar en materia.

—Quería verle —dijo—, porque he estado pensando bastante desde la última vez que nos vimos y no encuentro tranquilidad para mi espíritu. Mi hija ha sido vilmente asesinada. Así lo ha demostrado el resultado de la investigación. Nada podrá ya devolvérmela, pero el infame que la mató debe purgar su delito. Quiero conocer todos los pasos de ustedes, si en ello no encuentra usted inconveniente. No es que yo dude en absoluto de su gran interés en este caso, pero quiero ver al asesino en manos de la Justicia y desearía saber el resultado de sus gestiones hasta el presente. ¿Sospecha usted de alguien?

Austen le dio una de sus pequeñas charlas, la que siempre empleaba en casos semejantes, sobre las dificultades de la averiguación y la constante necesidad de sospechar de todos hasta tanto no fuese encontrado el verdadero culpable.

No era el señor Foster hombre fácil de contentar con sutilezas. Además, había conocido a Austen sobrado tiempo para dudar de su capacidad como inspector jefe del C. I. D. Perseguía un objetivo, hizo preguntas específicas y persuadió finalmente a Austen de emplear con él una absoluta franqueza.

—Escúcheme, señor Foster —dijo al fin—. No quisiera lastimar sus sentimientos, pero ya que usted me exige no solo la verdad, sino toda la verdad, se la daré en la seguridad de que esta no va a complacerle.

—Tengo valor suficiente para afrontarla —dijo el señor Foster con la terquedad propia de todos sus paisanos.

—Está bien. Pues esta es. Cuando se anda a la caza de un asesino, es ya una gran victoria encontrar a alguien con motivos suficientes para perpetrar el crimen. Esto es lo que hasta el presente he estado buscando. ¿Qué razón pudo haber para desear la desaparición de Jeanne? Nadie, incluyéndole a usted, ha podido darnos respuesta satisfactoria alguna. El motivo corriente, el del dinero, no existe aparentemente. Nadie, por lo visto, se beneficia con su muerte. ¿Odio? No podemos encontrar persona alguna que la odiara. ¿Miedo? ¿Quién podría temerla? ¿Y por qué? ¿Amor? ¿Quién, amándola, hubiese deseado su muerte? Sin embargo, es evidente que alguien hubo con verdadero interés en matarla. ¿Quién? ¿Por qué? Este es el muro contra el que constantemente nos estrellamos. Como usted puede ver, es una pregunta puramente personal.

Lanzó un profundo suspiro e hizo caer la ceniza de su tabaco.



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