Muerte en el túnel by Thomas N. Scortia

Muerte en el túnel by Thomas N. Scortia

autor:Thomas N. Scortia
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Intriga
publicado: 1988-08-09T22:00:00+00:00


CAPÍTULO 21

Nordlund se despertó arrullado por la suave música clásica de una emisora de radio y miró de soslayo la mesilla de noche. La amiga de Cyd tenía puesto el reloj para las seis y media. Debió de haber existido alguna especie de telepatía, porque, casualmente, era la misma hora en que él se levantaba. Iba a saltar de la cama cuando de pronto encogió otra vez las piernas. La cama era caliente y cómoda, pero la habitación estaba helada. Durante la noche se habían acurrucado el uno contra el otro, convirtiendo la cama en un agradable nido. Olía el perfume de su cabello y percibía su profunda y rítmica respiración. Había sido una larga noche de amor y de alegría; una de las pocas de ese género que había pasado en su vida.

¡Que diferente era aquello a vivir con Diana! Pero luego se reprochó el establecer comparaciones. En realidad, no las había. Diana tenía los pechos más perfectos de cuantas mujeres había conocido, y lo mismo podía decirse de sus piernas. Ahí estaba el problema. Diana era como una colección de partes corporales, mientras que Cyd era una mujer completa. Una configuración física en sí misma.

Empezó a moverse para salir de la cama sin despertarla. Había dado un paso cuando oyó una risita, al tiempo que un brazo se enroscaba en sus rodillas.

— Oh, no, todavía no.

Se inició un jugueteo entre las sábanas y un toqueteo de cinco minutos, puntuado por suaves expresiones de jovialidad. Finalmente, todo terminó en unas temblorosas oleadas de sexualidad y en un sentimiento de incontenible afecto. Permanecieron tendidos un cuarto de hora, pegados el uno al otro, sin pronunciar palabra, mientras Nordlund le apretaba la cabeza contra su pecho y le acariciaba suavemente el pelo.

«Tómatelo con calma —pensó—. Tómatelo con mucha calma».

Luego deshicieron lentamente su abrazo.

— ¿Cómo quieres los huevos? —preguntó él.

Cyd abrió un ojo.

— Pero ¿es que sabes prepararlos?

— Se pone un poco de mantequilla en una sartén, se echan dos huevos sin romper las yemas, se añade una cucharada de agua, se cubre todo y se pone al vapor hasta que la clara se haya vuelto blanca.

— Aborrezco a los hombres que saben cocinar —gruñó ella—. Tu madre debió haber sido azotada. —Y en seguida añadió—: No te olvides del tocino. Envuelve tres lonchas en servilletas de papel, pon en marcha el microondas y concédeles tres minutos. Se pondrán crujientes y sin grasa. Maude dejó un bote de jugo de naranja en el refrigerador. Lo he comprobado.

Luego de darse una ducha, Dane estaba casi terminando de preparar el desayuno cuando Cyd entró en la cocina secándose el pelo con una toalla; llevaba una bata de baño con el cinturón apenas anudado. Olisqueó el café e hizo rodar sus pupilas.

— Pensaba que había muerto y que estaba en el cielo.

— Cuando se vive solo se aprende a cocinar muy pronto.

— Cuéntamelo.

Mientras tomaban el café, ella lo estudió largamente.

— Creo que no debería decírtelo, pero sin duda Diana mentía cuando dijo que la desilusionabas en la cama.



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