Muchas vidas, muchos maestros by Brian L. Weiss

Muchas vidas, muchos maestros by Brian L. Weiss

autor:Brian L. Weiss
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9788466645843
editor: 2014
publicado: 2014-12-03T16:00:00+00:00


9

Semana a semana, nuevas capas de temores y ansiedades neuróticas se desprendían de Catherine. Semana a semana se la veía un poco más serena, un poco más suave y paciente. Tenía más confianza en sí misma y atraía a la gente. Daba más amor y los demás se lo devolvían. El diamante interior que era su verdadera personalidad brillaba, luminoso, a la vista de todos.

Las regresiones de Catherine abarcaban milenios. Cada vez que entraba en un trance hipnótico, yo no tenía idea alguna de dónde emergerían los hijos de sus vidas. Desde las cuevas prehistóricas hasta los tiempos modernos, pasando por el antiguo Egipto, ella había estado en todas partes. Y todas sus existencias habían sido amorosamente custodiadas por los Maestros, desde más allá del tiempo. En la sesión de ese día apareció; en el siglo xx, pero no como Catherine.

—Veo un fuselaje y una pista aérea, una especie de pista de aterrizaje —susurró suavemente.

—¿Sabes dónde estás?

—No veo... ¿alsaciana? —Luego, con más decisión—: Alsaciana.

—¿En Francia?

—No sé, sólo alsaciana... Veo el nombre Von Marks, Von Marks (ortografía fonética). Una especie de casco marrón o un gorro... un gorro con gafas. La tropa ha sido destruida. Parece ser una zona muy remota. No creo que haya una ciudad cercana.

—¿Qué ves?

—Veo edificios destruidos. Veo edificios... La tierra está destrozada por... los bombardeos. Es una zona muy bien oculta.

—¿Qué haces tú?

—Ayudo con los heridos. Se los están llevando.

—Obsérvate. Descríbete. Mira hacia abajo y dime qué ropa vistes.

—Llevo una especie de chaqueta. Pelo rubio. Ojos azules. Mi chaqueta está muy sucia. Hay mucha gente herida.

—¿Te han formado para que ayudes a los heridos?

—No.

—¿Vives ahí o te han llevado a ese sitio? ¿Dónde vives?

—No sé.

—¿Qué edad tienes?

—Treinta y cinco años.

Catherine tenía veintinueve; sus ojos no eran azules, sino color avellana. Continué con el interrogatorio.

—¿No tienes nombre? ¿No está en la chaqueta?

—En la chaqueta hay unas alas. Soy piloto... algún tipo de piloto.

—¿Pilotas aviones?

—Sí, tengo que hacerlo.

—¿Quién te obliga a volar?

—Estoy de servicio y debo volar. Es mi trabajo.

—¿También dejas caer las bombas?

—En el avión tenemos un artillero. Hay un navegante.

—¿Qué tipo de aviones pilotas?

—Una especie de helicóptero. Tiene cuatro hélices. Es un ala fija.

Eso me llamó la atención, pues Catherine no sabía nada de aviones. Me pregunté qué entendería por «ala fija». Pero en la hipnosis poseía amplios conocimientos, como la técnica para hacer mantequilla o para embalsamar cadáveres. Sin embargo, sólo una fracción de esos conocimientos le era accesible a su mente consciente y cotidiana. Insistí.

—¿Tienes familia?

—No está conmigo.

—Pero ¿ellos están a salvo?

—No sé. Tengo miedo... miedo de que vuelvan. ¡Mis amigos están muriendo!

—Tienes miedo de que vuelvan, ¿quiénes?

—Los enemigos.

—¿Quiénes son?

—Los ingleses... las Fuerzas Armadas americanas... los ingleses.

—Sí. ¿Recuerdas a tu familia?

—¿Si la recuerdo? Hay demasiada confusión.

—Retrocedamos en la misma vida a un momento feliz, antes de la guerra, por la época en que estabas en tu hogar, con tu familia. Puedes verlo. Sé que es difícil, pero quiero que te relajes. Trata de recordar.

Catherine hizo una pausa. Luego susurró:

—Oigo el nombre de Eric.



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