Mil millones de años hasta el fin del mundo by Arkadi Strugatsky & Boris Strugatsky

Mil millones de años hasta el fin del mundo by Arkadi Strugatsky & Boris Strugatsky

autor:Arkadi Strugatsky & Boris Strugatsky [Strugatsky, Arkadi & Strugatsky, Boris]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Ciencia ficción
editor: ePubLibre
publicado: 1976-01-01T00:00:00+00:00


CAPÍTULO 8

Extracto 15. … ¿Igual quieres pasar la noche en mi casa? —sugirió Vecherovski.

Maliánov estaba fregando los platos y dándole vueltas a la propuesta. Volvió al cuarto principal, estuvo un tiempo trajinando por allí, después regresó con un montón de desperdicios envueltos en un periódico mojado y los tiró al cubo. A continuación cogió un trapo y se puso a limpiar la mesa de la cocina.

El caso es que a Maliánov, después de todos los sucesos y discusiones del día, no le hacía ni pizca de gracia quedarse solo. Aunque, por otra parte, largarse del apartamento y marcharse a otro sitio le resultaba un tanto incómodo y, por decirlo claramente, vergonzoso. Al final, va a resultar que me han ahuyentado, pensó. Y no soporto pasar la noche fuera, aunque sea en casa de amigos. Aunque sea en la de Vecherovski. De pronto percibió el intenso aroma del café. La tacita rosada, delicada como un pétalo de rosa, con la mágica bebida à la Vecherovski. Aunque, pensándolo bien, no debería tomarlo por la noche… El café hay que tomarlo por la mañana.

Lavó el último plato, lo colocó en el escurridor, secó como pudo el charco que se había formado en el linóleo y se dirigió al cuarto principal. Vecherovski ya estaba allí sentado, con la butaca vuelta de cara a la ventana. Por la ventana se veía el cielo, rosa y dorado; la luna creciente asomaba justo por encima del edificio de doce pisos, como sobre un minarete. Maliánov cogió su butaca, la volvió igualmente hacia la ventana y se sentó. Vecherovski y él estaban separados por el escritorio, en el que Fil había puesto orden: los libros estaban cuidadosamente apilados, del polvo de una semana no quedaba ni rastro, los tres lápices y la pluma se alineaban correctamente al lado del calendario. En definitiva, mientras Maliánov se ocupaba de la vajilla, Vecherovski había conseguido que la habitación resplandeciera como nunca —lo único que le había faltado era pasar la aspiradora—, pero además se las había apañado para seguir tan elegante y estirado como siempre, sin una sola mancha en su traje color crema. Incluso se las había ingeniado para no sudar, algo que ya era totalmente fantástico. Porque Maliánov, aunque llevaba puesto el delantal de Irka, tenía la tripa toda empapada, como Weingarten. Si, después de fregar los cacharros, la mujer tiene la tripa mojada, eso quiere decir que el marido es un borracho. ¿Y si es el marido el que…?

Se dedicaron a contemplar en silencio cómo en el edificio de doce pisos se iban apagando, una tras otra, las ventanas. Apareció Kaliam, maulló muy débilmente, se subió en las rodillas de Vecherovski, se acomodó y empezó a ronronear. Vecherovski lo acarició suavemente con su mano larga y estrecha, sin apartar la vista de las luces en las ventanas.

—Está mudando el pelo —advirtió Maliánov.

—No importa —respondió Vecherovski con calma.

Una vez más se quedaron callados. En esos momentos, cuando ya no estaban cerca el sudoroso y rubicundo Weingarten, ni del aterrado



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