Mi primer smoking by Aldous Huxley

Mi primer smoking by Aldous Huxley

autor:Aldous Huxley [Huxley, Aldous]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1944-01-01T00:00:00+00:00


CAPÍTULO XII

SEBASTIÁN dejó descorridas las cortinas al acostarse y, poco después de las siete y media, el sol le pegó en la cara y lo despertó. Fuera, había algarabía de pájaros y campanas, y, entre las nubecitas grises y blancas, el cielo era tan azul que lo resolvió, a pesar de la suave molicie de aquel enorme lecho, a salir y explorar un poco antes de que los demás se levantaran.

Se levantó, tomó un baño, examinó su mentón y sus mejillas para ver si necesitaba un afeitado, y, tras considerar que no era necesario, se puso una camisa limpia, el menos viejo de sus pantalones grises de franela y la menos raída de las dos chaquetas sport que le quedaban ya chicas y que su padre había decidido que durasen hasta junio. Luego, una vez que se hubo peinado, bajó y salió por la puerta principal.

Algo menos romántico que como lo viera a la luz de la lima, el jardín se reveló con todos los pormenores de su trazado arquitectónico y todo el vivo colorido de su follaje de abril. Seis diosas montaban guardia en la terraza y, entre las dos centrales, se iniciaba una gran escalinata que descendía, entre columnatas de cipreses, a un verde césped limitado por un bajo muro semicircular, más allá del cual la vista bajaba hasta un lejano caos de tejados café y rosados, en cuyo mismo centro, muy por arriba, se presentaba la cúpula de la catedral. Sebastián se acercó hasta el final de la escalinata y miró por encima del muro de separación. Por debajo se extendía un empinado viñedo, todavía esquelético, como un campo de brazos de cadáveres que se elevaran ansiosamente hacia la luz. Y aquí, más allá de los cipreses, se erguía una vieja higuera, toda nudos y recodos, cuyas ramas, blancuzcas como huesos, se recortaban contra el cielo. ¡Qué combinación tan intrincada de azul y de blanco! «Trozos de cielo —musitó Sebastián— vistos a través de un osario». Un osario colgante de artrópodos. Y se percibía aquel campaneo, el olor a humo de leña y a jacintos y la primera mariposa amarilla. Cuando uno miraba desde el pie de la escalinata hacia arriba, era como encontrarse dentro de una casa de Milton. Como caminando en Lycidas, a través de uno de los símiles del Paraíso Perdido. ¡Simetrías suntuosas! Y allá arriba en sus altos pedestales, Artemis y Afrodita aparecían pálidas, perfilando sus siluetas sobre la fachada de la casa. Hermoso y, al mismo tiempo, un poco absurdo. Empezaron a venir las frases apropiadas:

Son Diana con su can y madre Venus

Que cela pudorosa con las manos

Los regios pechos de bruñida piedra…



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