Me apuesto el corazón by Natalia C. Gallego

Me apuesto el corazón by Natalia C. Gallego

autor:Natalia C. Gallego
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Romántico, Novela
publicado: 2013-03-14T23:00:00+00:00


Tes cuartos de hora más tarde, Karla, por fin, se había vestido y salido de casa. Tras haber escuchado una retahíla de contras y normas sobre cómo debía mantenerse fiel a sí misma, se sentía como si alguien le hubiera dado una paliza mental. Cansada, se mordió el labio inferior. Hoy iba a ser un día horrible, lleno de lamentaciones. No solo tendría que disculparse con Eli, si no que tendría que encontrar una forma de convencer a Luis para que la echara una mano. De nuevo.

Podía ser cierto que hoy no tuviera ninguna intención de verle, pero era mejor que fuera trazando su plan de ataque si quería dar con una forma de convencerlo.

Suspiró con holgura, dejando a un lado a Luis por un rato y se centró en decidir qué haría para que Elizabeth la perdonara. Tenía mucho orgullo y ellas se lo habían pisado al rechazarla; estaba convencida que para que la escuchara tendría que suplicar un poco.

La casa de Eli se encontraba en unos pisos relativamente nuevos cerca del Retiro, por lo que Karla se vio obligada a coger el metro para llegar. Mientras contaba las paradas que le quedaban empezó a decidir qué le diría. Por un momento pensó si no habría sido preferible que la llamara para asegurarse que no había salido, pero después decidió que era mejor así. Si supiera que iba a verla seguramente se marcharía antes de que llegara a su casa; ella era capaz de eso y mucho más.

Nada más salir del metro, entró en la primera tienda de chucherías que encontró y compró todas las provisiones que pudo. Quería hacer de este día un momento de chicas en el que pudieran ver películas y olvidarse de todo lo ocurrido. O, lo que era lo mismo, que todas esas gominolas sirvieran para chantajearla. Cargada con un par de bolsas, fue directa hacia el portal de Elizabeth con una idea en mente: no marcharse de allí hasta haber arreglado las cosas —aunque eso significara pasar el día en mitad de la calle.

Llamó un par de veces al portero automático y esperó a que le respondieran.

La casa de su amiga era una gran urbanización cerrada, de colores sobrios y diseño clásico. Desde que se conocían, tanto Patricia como ella habían pasado muchos días allí. Los padres de Elizabeth estaban más tiempo fuera trabajando que dentro, por lo que ellas dos —siempre que lo habían necesitado—, habían tratado de hacerle compañía para que no se sintiera tan sola. Desde hacía más de un año las cosas habían cambiado; entre las clases, los estudios y los ligues —que Elizabeth había ido consiguiendo y que ninguna de ellas conoció—, ya no compartían tantos momentos juntas como antes.

Pero eso iba a cambiar.

Al ver que nadie la respondía, volvió a llamar, impacientándose.

«Por favor, que esté en casa», suplicó mentalmente.

Cuando ya esperaba que ese silencio fuera una negativa en toda regla, la voz de su amiga, un tanto distorsionada, llegó hasta ella a través del aparato.

—¿Quién es?

—Soy yo, Karla.



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