MÁS RELATOS del Piloto Pirx by Stansilaw Lem

MÁS RELATOS del Piloto Pirx by Stansilaw Lem

autor:Stansilaw Lem [Lem, Stansilaw]
La lengua: eng
Format: epub
Tags: Ciencia Ficción
ISBN: 84-206-5963-0
editor: Alianza Editorial, S.A.,
publicado: 1991-01-01T00:00:00+00:00


McGuirr extrajo del bolsillo superior de su gabán un puro y, cortando una punta, se dispuso a encenderlo, mientras cinco pares de tranquilos ojos se posaban atentamente en el rostro de Pirx. Los dos rubios, los dos pilotos, tenían cierto parecido, aunque Calder tenía unas facciones más escandinavas y su rizado cabello parecía casi descolorido por el sol. El de Brown, en cambio, era auténticamente dorado; sus facciones, semejantes a las de un muñeco o un querubín, recordaban un poco las de los modelos de las revistas de moda y su belleza sólo estaba matizada por la mandíbula y por la mueca burlona de sus labios incoloros y finos. Una cicatriz blanca le atravesaba la mejilla desde la comisura izquierda. La mirada de Pirx se inmovilizó precisamente sobre él.

—¡Estupendo! —exclamó, como si respondiera con retraso a McGuirr, y, con el mismo tono desenfadado, preguntó mirando al hombre de la cicatriz—: ¿Cree usted en Dios?

Los labios de Brown se estremecieron, como si suprimiera una sonrisa o una mueca, pero no contestó en seguida. Tenía aspecto de recién afeitado: todavía se veían unos cuantos pelos cerca de la oreja y rastros de espuma en las mejillas, como si lo hubiera hecho con prisa.

—No... entra dentro de mis competencias —dijo con una agradable voz de bajo. McGuirr, que aspiraba en ese momento su puro, quedó inmóvil, como sorprendido por la pregunta de Pirx, y luego, tras parpadear, soltó violentamente el humo como diciendo: ¿qué le ha parecido a usted eso, eh?

—Señor Brown —dijo Pirx, siempre en el mismo tono flemático—, no ha contestado usted a mi pregunta.

—Disculpe, comandante, pero ya le he dicho que no entra dentro de mis competencias...

—Como su superior, yo soy quien decide cuáles son sus competencias —replicó Pirx.

El rostro de McGuirr expresó sorpresa. Los otros permanecieron sentados, inmóviles, escuchando con evidente atención el intercambio de palabras, como alumnos aplicados.

—Si es una orden —respondió Brown con su voz de barítono, bien modulada—, sólo puedo decirle que nunca me he ocupado especialmente de ese problema.

—Entonces medítelo hasta mañana. Su presencia a bordo dependerá de ello.

—Sí, señor.

Pirx se dirigió a Calder, el primer piloto, y sus ojos se encontraron. Tenía las pupilas casi incoloras, las grandes ventanas de la habitación se veían claramente reflejadas en ellas.

—¿Es usted piloto?

—Sí.

—¿Con qué experiencia?

—Tengo el curso de pilotaje en parejas, doscientas horas de vuelo en solitario con pequeño tonelaje y diez aterrizajes en solitario, entre ellos cuatro en la Luna y dos en Marte y Venus.

Pirx no pareció prestar mayor atención a su respuesta.

—Burton —se dirigió al siguiente—, ¿es usted el ingeniero electrónico?

—Sí.

—¿Cuántos roentgen por hora puede aguantar?

El otro apretó los labios, esbozando apenas una sonrisa.

—Unos cuatrocientos, creo —dijo—, como máximo. Por encima de eso tendría que curarme.

—¿No más de cuatrocientos?

—Creo que no.

—¿De dónde es usted?

—De Arizona.

—¿Ha estado enfermo alguna vez?

—No, por lo menos nada serio.

—¿Tiene usted buena vista?

—Sí.

En realidad, Pirx no escuchaba lo que decían, prestaba más bien atención al sonido de la voz, la modulación, las inflexiones, los movimientos del rostro y los labios.



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