Mármara by Inés Fernández Moreno

Mármara by Inés Fernández Moreno

autor:Inés Fernández Moreno
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Variada
publicado: 2009-11-06T23:00:00+00:00


Cubanitos con dulce de leche

LAS buenas noticias también llegan por teléfono, ya sé. Las banalidades de todos los días. Pero “comprá un kilo de pescado” o “se murió tu madre”, al robot idiota le da igual. ¿Que qué esperaba? ¿Los acordes iniciales de la marcha fúnebre? Podría ser. Sentémonos aquí y te cuento. Mirá quiénes están enfrente: el borracho lituano y su novia gorda. Toman sol como cualquiera. Como cualquiera no, tenés razón. ¿Qué hacen? Parece que ella le busca algo en el bolsillo. No. Más abajo del bolsillo busca. Ahora encuentra. Y él la deja hacer, como si nada. ¿Cambiamos de banco? Vale, no miremos y ya está. Fijate en los que pasan. Qué perfecta hipocresía, los guiris. No es exhibicionismo, de acuerdo, ese banco es la casa de ellos, al fin y al cabo. Una de las casas. Banco en el Paseo Marítimo frente al Mediterráneo. Ahora él se fuma un cigarrito. Brisa suave, sol acariciador, sexo acariciado. La famosa calidad de vida de la Costa del Sol llega hasta los más humildes. Lo que acabamos de ver me lleva de cabeza a los cubanitos con dulce de leche. Todo tiene que ver con todo, como dice un refrán porteño: sexo, muerte, cubanitos. Fui a Buenos Aires porque soy la única hija y a ella tenían que hacerle un cateterismo. Sin embargo, el tema dominante no fue la insuficiencia arterial, el infarto probable, el paro cardiorrespiratorio, la muerte, no, eso se daba por hecho, eso era inminente. El tema principal fueron los cubanitos con dulce de leche; en segundo lugar, Lidia, la chica con cara de ternero degollado que iba a su casa a limpiar, y, por último, el milagro del crucifijo, la muerte burlada. Y eso que no te cuento lo de la plaqueta que llevé en el pecho de acá para allá, días y días. Una joya familiar para vender y pagar los probables baipás, cambiar brillantes por tubitos para las arterias. Son demasiadas cosas, así que voy a ir por orden.

Apenas deshice la valija, me dijo que en Buenos Aires habían desaparecido los cubanitos con dulce de leche. Que ella se iba a morir, dijo, sin volver a probarlos. No le creí. Yo me fui hace dos años, en dos años las cosas no pueden cambiar tanto. Que desaparecieran los dólares, los ahorros de la gente (y antes la gente, pero otra gente, silenciosamente, sin cacerolazos ni asambleas populares), sí, pero ¿los cubanitos? Era como si desapareciera mi viejo Colegio Nacional o la plaza Rodríguez Peña, era inaceptable. No hay, chica, no hay, repetía ella irritada. Y cuando Lidia que limpiaba los vidrios se acercó y dijo con timidez que en Isidro Casanova donde ella vivía sí que había, la fulminó con la mirada. Qué va a haber, dijo. Y que mejor se subiera al banquito para limpiar la banderola. Al día siguiente salí a la calle con un ojo en el cielo límpido de la patria, en los paraísos y los jacarandás, en la



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