Mariposas en tu estómago (Parte III) by Natalie Convers

Mariposas en tu estómago (Parte III) by Natalie Convers

autor:Natalie Convers
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Juvenil, Romántico
publicado: 2014-01-01T00:00:00+00:00


Capítulo 52

Los ojos empiezan a escocerme y siento unas enormes ganas de llorar de rabia. Me clavo las uñas en la palma de las manos con fuerza, queriendo que el dolor sea lo bastante intenso como para apagar el repiqueteo agudo e insistente que reina en mi cabeza. Aun tratándose de Miguel, no creía que tendría… Pero lo ha hecho.

—Sí —confirma mi madre, que observa atenta todos mis movimientos y expresiones—. Me habló sobre lo que os hizo a ti y a Óscar.

Me froto la cara y me paso una mano por el pelo. Noto que el sudor empieza a cubrir mi espalda.

—No puedo creer que haya sido capaz de venir a casa para hablarte de eso después de…

—¿Después de qué? —me anima ella con calma. Tiene un cojín sobre su regazo y las piernas cruzadas en una postura que la hace parecer más joven de lo que es realmente.

—Mamá, se presentó sin ser invitado en la casa rural a la que fui este fin de semana y me suplicó que regresara con él. Incluso logró manipular a Óscar para que me engañara y llevara hasta una zona profunda del bosque que había cerca del recinto. —Respiro hondo y cierro los párpados. Cuando los abro estoy llorando—. Si no llega a ser por Alex, no sé qué me hubiera pasado. Está loco, mamá.

—¡Dios mío! ¿Cómo no me habías explicado eso antes? —Se levanta de inmediato muy furiosa y me estrecha contra su cuerpo en un gran abrazo, ignorando la parte de la narración relativa a Alex. El aroma de su perfume a rosas recién cortadas penetra por mis sentidos serenándome—. ¡Maldita sea, cariño! No deberías haberte callado algo tan importante.

—Lo siento, quería decírtelo, pero pensé que eso te decepcionaría.

Mamá me atrae más contra sí y me besa el pelo, impidiendo que pueda ver su rostro.

—Por supuesto que no, cielo. ¡Oh, Dios mío! ¡Cómo has podido pensar eso! —exclama horrorizada—. Debería haber hecho caso de mi intuición mucho antes. Perdóname, hija.

—Mamá, no es culpa tuya. Si yo…

—Ni siquiera menciones que es tuya, porque tampoco lo es. Pero no te preocupes, ya hablé seriamente con Miguel este mediodía.

Me aparto hacia atrás igual que si me hubieran empujado unas manos invisibles.

—¡Que hiciste qué!

—Beca, no voy a permitir que ningún hombre más, sea joven o mayor, arruine a esta familia. En cuanto terminó de explicarse, por supuesto lo eché de la casa y le pedí que no regresara nunca. No te volverá a molestar —asegura con firmeza.

La boca se me seca. Ojalá hubiera podido contemplar la escena. Pero me la he perdido.

—¿De verdad hiciste eso por mí? Pensé que tú lo querías como a un hijo —digo aliviada y todavía un tanto asombrada de que las cosas hayan evolucionado de ese modo.

Tengo la nariz hinchada, pero aguanto la necesidad de buscar un pañuelo para poder escuchar su respuesta.

—La realidad es que Miguel no es mi hijo. Mi hija eres tú, Rebeca. Ya te lo he dicho muchas veces: no he pasado por cuatro embarazos para ver como os hacen daño, aunque se trate de alguien a quien he querido mucho.



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