Máquinas como yo y gente como vosotros by Ian McEwan

Máquinas como yo y gente como vosotros by Ian McEwan

autor:Ian McEwan [McEwan, Ian]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Ciencia ficción
editor: ePubLibre
publicado: 2018-12-31T16:00:00+00:00


7

Mientras esperábamos la llegada del expresidiario que intentaría matar a Miranda, nos instalamos en una rutina extrañamente placentera. El suspense, en parte mitigado por los razonamientos de Adán, y finamente diseminado a lo largo de los días, y luego, de forma un poco más espaciada, a lo largo de semanas, acrecentó nuestra estima de la rutina cotidiana. La mera normalidad se convirtió en bienestar. La comida más insípida, una tostada, con su prolongada calidez, nos brindaba una promesa de vida diaria: íbamos a salir con bien de todo aquello. Limpiar la cocina, una tarea que ya no dejábamos por completo en manos de Adán, reafirmaba nuestro control del futuro. La lectura de un periódico ante una taza de café era un acto de desafío. Había algo de cómico o absurdo en el hecho de estar repantigado en un sillón leyendo acerca de los disturbios en el cercano Brixton o de los esfuerzos heroicos de la señora Thatcher por estructurar el Mercado Único Europeo, y acto seguido alzar la mirada y preguntarse si había un violador y asesino en potencia al otro lado de la puerta. Como es lógico, la amenaza nos unía estrechamente, aun cuando creyéramos cada vez menos en ella. Miranda ahora vivía en mi apartamento, y éramos una familia, al fin. Nuestro amor florecía. De cuando en cuando, Adán declaraba que también él estaba enamorado de ella. No parecían asediarle los celos, y a veces la trataba con cierto grado de desapego. Pero seguía trabajando en sus haikus, y la acompañaba por las mañanas hasta la estación del metro, e iba a esperarla para volver con ella a casa al atardecer. Miranda decía que se sentía segura en el anonimato del centro de Londres. Su padre habría olvidado hacía tiempo el nombre o la dirección del edificio de la universidad. De nada podría informar, pues, a Gorringe.

Sus estudios eran más intensos y pasaba más tiempo fuera de casa. Había entregado ya su trabajo sobre las Leyes de Granos. Ahora estaba escribiendo un breve ensayo, que leería en voz alta en un seminario de verano, en el que se oponía a la empatía como medio de exploración histórica. Y todo su grupo habría de redactar un comentario sobre una cita de Raymond Williams: «No hay… masas; solo modos de ver a la gente como masas». A menudo, al caer la tarde, Miranda llegaba a casa no exhausta sino llena de energía, e incluso exultante, con renovado interés por las tareas domésticas, por el orden estricto, por una disposición distinta de los muebles. Quería que las ventanas estuvieran limpias, y bien fregados la bañera y los azulejos circundantes. También limpiaba su apartamento con la ayuda de Adán. Quería flores amarillas en la mesa de la cocina para realzar el mantel que había bajado de su apartamento. Cuando le pregunté si me estaba ocultando algo, me dijo con voz rotunda que no. Vivíamos uno encima del otro y necesitábamos ser ordenados. Pero mi pregunta le gustó. Sin duda estábamos más unidos que nunca.



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