Malas intenciones by Robyn Donald

Malas intenciones by Robyn Donald

autor:Robyn Donald
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico
publicado: 1993-01-28T23:00:00+00:00


Capítulo 6

EL primer día después de las vacaciones de agosto, el autobús escolar regresó temprano. Kate se encontraba trabajando en la máquina de coser cuando oyó el claxon al pie de la colina. -¡Diablos! -exclamó en voz baja y salió de la pequeña y desordenada habitación que llamaba «su oficina».

A Fleur no le gustaba que no fuera a buscarla. Además, no vacilaba en hacérselo saber. Tenía un poco de la arrogancia de su padre.

Sintió un escalofrío, un cierto temor. Con decisión, como lo había hecho muchas veces durante seis años, guardó el recuerdo del padre de Fleur en lo más recóndito de su pensamiento. Todo había terminado y él ya no podía lastimarla. Ella había recuperado el control de su propia vida, el control que le había entregado cuando era una tonta y lo amaba.

Incluso se había cambiado de nombre. Kathy Townsend ya no existía. Cumplió la promesa que se había hecho cuando André la llamó «Kathy» con desprecio. Se llamaba Kate Townsend, una persona totalmente distinta.

Caminó deprisa por el camino, entre los árboles altos, aspirando el aire fresco, que tenía el olor inconfundible de los montes.

Entonces oyó la voz de Fleur y frunció el ceño. Su hija era la única que bajaba del autobús. Los Fairchild, sus vecinos, vivían en la granja, y no tenían hijos.

Sin embargo, Fleur no parecía asustada, sino que se reía.

«No te preocupes», se dijo Kate, pero comenzó a caminar más deprisa. La luz del sol la deslumbraba, pero distinguió un Range Rover y a un hombre que estaba apoyado en él y que reía con su hija.

Cuando Kate se acercó, tanto el hombre como la niña se volvieron.

-Mire, allí viene mamá -anunció Fleur-. Le dije que vendría a buscarme... siempre lo hace.

Él se volvió hacia Kate y su corazón dejó de palpitar un momento.

El rostro de él adquirió un expresión de dureza. Los ángulos y planos que lo hacían parecer tan atractivo, se pusieron rígidos. Sus ojos verdes brillaban. Luego, la actitud de serenidad que tan pocas veces lo abandonaba regresó, y sus rasgos se relajaron, adoptando la simetría severa de siempre. Sus ojos parecieron opacos cuando, sin sonreír, la miró fijamente.

-Hola, Kathy -dijo él tranquilo-. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que nos vimos.

Gracias a que estaba tan sorprendido como ella, Kate tuvo la suficiente calma para contestar.

-Sí -manifestó, despreocupada.

-¿Conoces al señor Hunter? -preguntó Fleur con evidente asombro-. ¿Por qué te llama «Kathy»? Tú te llamas Kate.

-Hace mucho tiempo que me llamaba Kathy -le explicó Kate, tajante. El hombre al que una vez había amado con todo el corazón esbozó una sonrisa irónica-, cuando era joven y conocí al señor Hunter. Tenemos que irnos a casa ahora. Dale las gracias al señor por haberte acompañado, Fleur.

Él escuchó con interés las palabras de agradecimiento de la niña y la cautivó con su sonrisa, pero cuando se disponía a irse, sugirió:

-Voy por este camino. Subid y os llevaré.

-No, gracias -dijo Kate cortante.

-¿Por qué no, mamá? -Fleur le cogió de la mano.

-Tú nunca estás cansada.



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