Magos y místicos del Tíbet by Alexandra David-neel

Magos y místicos del Tíbet by Alexandra David-neel

autor:Alexandra David-neel [David-neel, Alexandra]
Format: epub
Tags: prose_contemporary
editor: www.papyrefb2.net


Los posesos envenenadores

Si las singdongmos se complacen en picar soplos vitales, algunos de sus hermanos de la orden de malhechores usan a los posesos, envenenadores inconscientes, para procurarse víctimas.

Son conocidas en todo el Tíbet muchas historias referentes a estos envenenadores, y hacen temblar a los viajeros, quienes temen constantemente encontrarse con uno de ellos.

La extraña función de «guardián heredero del veneno» recae, sobre todo, en las mujeres.

¿Qué veneno? Nadie lo sabe exactamente. No es ningún veneno natural, vegetal o mineral, sino quizá un compuesto de ingredientes que recuerda el de los filtros de la Edad Media. Aunque es más verosímil que el veneno exista sólo en la imaginación. Dicen que la mujer lo conserva bajo sus senos, en una bolsita, pero que nadie ha visto nunca tal bolsita, aun cuando la sospechosa esté desnuda. De hecho, aseguran que es invisible, y este misterio aumenta el terror que inspira.

Cuando llega el momento de administrar el veneno, el depositario o la depositaría no puede sustraerse a dicha obligación, y obran en estado de trance.

A falta de un transeúnte que se presente en aquel momento, el poseso debe ofrecer la pócima a un amigo o a un pariente. Cuentan en voz baja casos terribles en que la madre ha envenenado al último hijo, maridos que se han visto obligados a ofrecer la taza del té fatal a una mujer amada, con quien se había casado la víspera. Y si no hay nadie cerca del envenenador o si los que reciben el ofrecimiento de la bebida o del comestible lo rechazan, el poseso mismo tiene que absorber el veneno.

He visto a un hombre que, según decía, era el héroe de una extraña historia de envenenamiento. Iba de viaje y, por el camino, entró en una granja para beber. La dueña de la casa le preparó cerveza echando agua hirviendo sobre el grano fermentado que estaba en un cuenco de madera.49 Después, se fue al piso de arriba.

Solo ya, al viajero le extrañó mucho que la cerveza hirviese a borbotones en la escudilla de madera. Según los tibetanos, aquella ebullición insólita es señal de veneno. El caldero del que la mujer había sacado agua seguía sobre el fuego. Aquella agua continuaba bullendo; el hombre metió un cacillo y vertió el contenido sobre la cerveza sospechosa. Instantáneamente oyó el ruido de una caída en el piso de arriba. La mujer que le había atendido acababa de caer muerta.

Este veneno es un perpetuo manantial de inquietud en el Tíbet para los viajeros. Más de una vez personas excelentes me advertían del peligro que podía correr aceptando hospitalidad en casas desconocidas, y me pedían que fuese muy prudente y que examinase lo que me daban de comer o de beber.

Algunos atestiguan que los envenenadores prefieren las víctimas de las órdenes religiosas, porque la muerte de un santo lama tiene mucho más mérito para su diabólico amo.

Existen tazones de madera especial que son sensibles, según dicen, al veneno.



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