Luz roja. Luz verde | ¿Hasta dónde llegarías por dinero? by Lou Allori

Luz roja. Luz verde | ¿Hasta dónde llegarías por dinero? by Lou Allori

autor:Lou Allori
La lengua: spa
Format: epub
editor: Penguin Random House Grupo Editorial España
publicado: 2022-02-21T14:35:32+00:00


9

Tengo el tiempo justo de reaccionar y de lanzarme delante de ella, con los brazos extendidos. Toco el proyectil con la punta de los dedos y consigo desviar su trayectoria antes de impactar contra la arena. Se me ha metido un montón en la boca, pero me da igual, me levanto enseguida.

—Anna, ¿estás bien? —pregunto.

—¡Sí! Joder, ¡gracias, Will! ¡Ha faltado muy poco!

Respiramos aliviados. Mohamed viene corriendo hacia nosotros, pone una mano en el hombro de Anna y le sonríe. Ahí seguimos los tres, es un milagro. Eso me pone las pilas. Me vuelvo a concentrar. 346 aprovechó para recuperar la pelota antes de que tocara el suelo. Es el último jugador de nuestro equipo. Un barbudo al que siempre le lleva un tiempo de locos reaccionar, pero que a pesar de todo ha llegado hasta aquí.

Apunta a Sofía y le tira el balón con un grito que expresa toda su ira.

—¿Eso es todo? —replica ella con una risita antes de inclinarse a recoger la pelota que ha aterrizado justo frente a sus pies.

346 se encoge, aterrorizado ante la idea de ser la próxima víctima de Sofía. Ella se ríe al comprobar el miedo que provoca, y hace que ese placer se prolongue. Nos mira de uno en uno, como hormigas ante una anaconda. El balón rebota en su mano, con despreocupación.

—Empiezo a estar cansada, ¿vosotros no? —le pregunta a su equipo—. ¿Qué os parecería si acabáramos cuanto antes y nos fuéramos a dormir?

—¡Vale, guay!

—¡Bien dicho, Sofi!

Los matones se ríen y disfrutan del espectáculo. Ella hace como si tirara, como hace siempre, pero esta vez, no sé por qué, me lo creo y hago el movimiento para esquivarlo. Cuando veo que vuelve a preparar el tiro con una horrible sonrisa en los labios, comprendo que es el fin. He caído en su trampa. Así que, esa cara será lo último que vea...

Cierro los ojos y espero sentir el impacto del balón sobre mi torso. Pero no llega. No llega nunca. Cuando vuelvo a abrir los ojos distingo ante mí la enorme silueta de Mohamed.

—¡NO!

Es el grito de Anna.

Pestañeo, incapaz de creerlo. No, imposible. No habrá... No lo habrá hecho, ¿verdad?

—Me sabe mal, tío. Ya sé que había prometido que íbamos a hacerlo juntos, pero... vais a tener que seguir sin mí.

—No. No, Mohamed, no. ¿Por qué?

—Porque esto es lo que hacen los amigos.

Las lágrimas me queman las mejillas, se mezclan con la arena pegada a mi cara. Ese idiota ha dejado que le tocara la pelota por mí. Como en las peores películas sobre la Primera Guerra Mundial. Ignoro los gritos de alegría de Sofía y de la escoria de sus amigos. Me concentro en Mohamed. Intento memorizar el brillo luminoso de sus ojos negros, sus cejas enmarañadas, el hoyuelo en el lado derecho de su sonrisa, las orejas de coliflor, las uñas perfectas.

Anna no le suelta el cuello, no le permite marcharse. Murmura palabras que las lágrimas ahogan y que se hacen incomprensibles.

—Prometedme que os iréis al final, ¿de acuerdo?

—¡No, Mohamed! ¡No!

Anna se ahoga en sus sollozos.



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