Luna de miel en el espacio by unknow

Luna de miel en el espacio by unknow

autor:unknow
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relatos, Ciencia Ficción
editor: Caralt
publicado: 2013-05-06T04:00:00+00:00


El cerebro de Tarl estaba embotado cuando supo por Marcella y Charles lo que había sucedido durante el tiempo en que permaneció inconsciente. Lleno de confusión, agitó la cabeza, musitando:

—¡No! ¡No! ¡No!

Pero sus exclamaciones fueron subrayadas por una serie de temblores que retumbaron a través de la corteza terrestre y sacudieron el automóvil sobre sus muelles.

—Pero, ¿por qué? —preguntó horrorizado—. ¿Por qué está sucediendo todo esto? ¿Dónde está el fallo?

Marcella volvió los ojos hacia Charles y el chofer fijó los suyos en los de la joven.

Tarl sorprendió el intercambio de miradas.

—¡Lo sabéis! —dijo en tono de reproche—. ¡Vosotros lo sabéis! —Asió a la joven por los hombros y la sacudió—. ¿Qué es, Marcella? ¡Dime lo que sabes!

Sus cejas se unieron al sentirse herido por una nueva punzada de dolor, aunque no tan aguda como la que tuviera antes. Fuera se escuchaba un nuevo retumbar... otra inquietante agitación en la superficie terráquea.

Charles cedió.

—Podríamos decírselo, Marcella. Ahora no tiene ya ninguna importancia. Si no podemos llegar a la Oficina Central, se enterará. Y si llegamos allí, lo descubrirá de todos modos.

En la cara de Tarl se reflejaba una expresión de absoluta perplejidad.

—¿Por qué no vamos a la Oficina Central ahora? —preguntó Marcella mirando a Charles.

—No podemos arriesgarnos a continuar... al menos hasta que se calme todo este infierno.

La noche que envolvía a la ciudad parecía haber consumido su furia inicial. Los temblores empezaban a debilitarse. Pero el mismo aire era como una entidad amenazadora, al acecho... esperando para saltar sobre uno y devorarle.

La faz de Tarl seguía mostrando un doloroso aturdimiento. Miró al chofer y luego a la joven.

—Bien, Tarl —empezó Marcella, apoyando una mano en su hombro—, tenías razón. Te estaban siguiendo... cada minuto... cada segundo... ¡Pero lo hacían personas que querían tu bien! Personas que sólo se preocupaban de que no sufrieras ningún daño, de que no te afectara ningún problema, de que te hicieras rico. Te proporcionaron todo lo que pudiera hacerte feliz, sentirte satisfecho...

—¿Incluidas las mujeres? —Tarl rechazó la mano que se apoyaba en su hombro—. ¿Se preocupaban también de que estuviera bien servido en cuanto a mujeres?

Desviando la mirada, Marcella murmuró haciendo un esfuerzo:

—Sí.

—Y tú, Marcella, ¿formas parte del equipo?

Permaneció callada durante lo que pareció una eternidad.

—Sí, Tarl. Formo parte del equipo.

—Y también yo, Tarl —agregó Charles—. Y lo mismo casi toda la gente que conoces.

Tarl apretó los dientes.

—Quieren que sea feliz... pero, ¿por qué? —Agarró a la joven por los brazos y volvió a zarandearla, gritando—: ¿Por qué?

—Déjala, Tarl —dijo Charles sin moverse—. Lo hace lo mejor que puede.

Tarl se relajó, se dejó caer en el asiento almohadillado y cerró los ojos. No sentía ya dolor en la cabeza... Tenía solamente una vaga y embotada sensación de vacío. Oyó la voz de la joven, sonando muy lejana:

—Había dos razones para protegerte, Tarl. Una era impedir cualquier daño físico que pudiera separar tu intelecto de tu cuerpo mediante la muerte... La otra, impedir cualquier lesión mental... cualquier psicosis, neurosis... que pudiera, de hecho, causar lo mismo.

«Verás, Tarl, si eso ocurriera, temíamos que algo.



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