Luces y sombras en Berlín by Anne Stern

Luces y sombras en Berlín by Anne Stern

autor:Anne Stern [Stern, Anne]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2020-09-01T00:00:00+00:00


18

Jueves, 8 de junio

HULDA LLEVABA UN cuarto de hora vagando por las calles y dándose ánimos. No había vuelto a entrar en el Café Winter desde que Felix y la desconocida rubia habían pasado por su lado como si ella fuese invisible.

Había pasado una semana, y Hulda estaba harta de que las sillas Thonet de la soleada terraza se le clavaran como astillas en la carne, y de que la ondeante marquesina le colgara como un molesto insecto de la comisura del ojo cada vez que pasaba de largo. No se atrevía a entrar, simplemente. ¡Y eso que también era su sitio! Y ella no iba a dejar que la echaran de allí, no iba a abandonar sus costumbres como si nada solo porque, al parecer, Felix había encontrado a una mujer que parcheaba su corazón cómo él antes parcheaba los neumáticos de la bicicleta de Hulda.

Así que había decidido que esa tarde iba a tomar sus dulces como antes. Cuando se mojaba el pan en el chocolate caliente, la manteca salada se derretía, y la masa del pan se impregnaba del dulce chocolate Hamann. Era exquisito…

Pero, aunque Hulda tenía un hambre canina, los pasos se le iban haciendo más pesados a medida que se acercaba a la puerta del café. En el último momento pasaba de largo sin entrar, sabiendo que Bert y que con toda probabilidad media Winterfeldtplatz observaban moviendo la cabeza su marcha por la acera.

Como una pantera hembra en la jaula, Hulda pensó y decidió que en esa ocasión estaba haciendo demasiado el ridículo. Se acercó al café, inspiró hondo y abrió la puerta con tanto vigor que la camarera, que estaba detrás, tuvo que apartarse de un salto.

—Cuidado, señorita Hulda —exclamó Frieda chasqueando la lengua—. Qué impetuosa. Pensaba que ahora comía en otro sitio.

La lengua afilada de Frieda siempre había sacado a Hulda de sus casillas. Se mordió el labio y reprimió en el último instante una respuesta insolente que, como sabía muy bien, habría demostrado la inseguridad que sentía. En lugar de eso, se limitó a preguntar:

—¿Hay alguna mesa libre?

Frieda se mordisqueó el hirsuto extremo de la trenza mientras miraba alrededor, hasta que descubrió una mesita en el rincón más alejado a la que no había nadie sentado.

—El sitio habitual del doctor Löwenstein —dijo de mala gana—, pero hoy ya no vendrá. Por mí no hay problema. De todos modos, la jefa prefiere que ese tipo de gente no acuda al café. ¿Le va bien?

Hulda asintió solemne y pasó deprisa junto a la camarera al tiempo que notaba que sus mejillas se encendían de indignación. ¿Qué se creía esa imbécil? «Ese tipo de gente…» Hulda ya sabía a quién se refería.

Enojada, se dejó caer en la silla libre y se puso a leer con detenimiento la carta, aunque hacía tiempo que ya sabía lo que iba a pedir. Por suerte, la mesa estaba fuera del territorio de Frieda. En lugar de ella, se acercó una muchacha tímida de rostro fino y le preguntó a media voz qué deseaba.



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.