Los verdugos by Ross MacDonald

Los verdugos by Ross MacDonald

autor:Ross MacDonald [MacDonald, Ross]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 1958-01-14T16:00:00+00:00


CAPÍTULO XXI

Se abrió la puerta que estaba a sus espaldas. Tom Rica apareció en el vano, un hombro frágil apoyado contra el marco. Su saco le colgaba al descuido.

—¿Qué pasa, Mande? —su voz era delgada, seca, desnaturalizada. Sus ojos parecían cuencos con alquitrán.

Maude recobró su máscara sonriente antes de darse vuelta:

—No es nada. Vuelve adentro.

Le apoyó las manos en los hombros. Él me sonrió por sobre su hombro, dolorosa, patéticamente, como si entre nosotros hubiera una gruesa pared de cristal. Ella lo sacudió:

—¿Conseguiste una inyección? ¿Eso es lo que fuiste a buscar?

—¿Y a ti qué te importa? —le contestó con oscura coquetería, como si su cara hundida siguiese siendo joven, atractiva.

—¿Dónde la conseguiste? ¿De dónde sacaste el dinero?

—¿Y quién necesita dinero, querida?

—Responde. —Sus hombros se inclinaron sobre él. Lo sacudió hasta que los dientes le castañetearon—. Quiero saber quién te dió la “pasta”, cuánto te dió y dónde está el resto.

Se derrumbó contra el marco de la puerta:

—Suéltame, poltrona.

—No sería mala idea —dije, mientras daba la vuelta al mostrador.

Dió vuelta como si le hubiese clavado un cuchillo en la espalda:

—Usted no se meta, diga. Se lo advierto. Ya le escuché un buen rato, ahora sólo quiero atender a mi muchachito.

—¿Es propiedad suya, verdad?

Chilló como un clarinete:

—¡Fuera de aquí!

Tom se interpuso, como el tercer hombre de un vaudeville:

—No hables así con mi viejo amigo. —Me espió a través de la muralla de cristal. Sus ojos y lengua estaban más claros, como si ya estuviese desvaneciéndose el primer efecto de la droga—. Sigue siendo un benefactor, ¿verdad? Yo sigo siendo un descarriado. Y cada día sigo peor y peor, como solía decirme mi vieja.

—Hablas demasiado —le dijo Maude, apoyando su pesado brazo sobre el hombro—. Vamos, échate y descansa un rato.

Se dió vuelta con odio repentino:

—Déjame. Estoy muy bien, estoy junto con mi viejo amigo. ¿Estás tratando de apartarme de mis amistades?

—Yo soy la única amiga que tienes.

—¿De veras? Te diré una cosa, atiende. Tú ya tendrás los ojos cubiertos de polvo y yo seguiré volando, viviendo una vida como la Riley. ¿Quién te necesita?

—Tú me necesitas, Tom —le dijo sin mayor convicción—. Estabas en la cumbre de tu mal cuando te recogí. De no haber sido por mí estarías en la penitenciaría. Conseguí que redujesen tu cargo y tú sabes cuánto me costó. Y ahora vuelves a las andadas. ¿Pero nunca vas a aprender?

—Aprendo, no te aflijas. Todo este tiempo he estado estudiando las posibilidades, sabes, igual que un aprendiz. Y conozco los negocios como la palma de mi mano. Y sé dónde ustedes, estúpidos, cometen sus estúpidos errores. Y no los cometeré, de ahora en adelante. Tengo un negocio propio, tan seguro como las casas públicas.

Su tono se había ido alterando, nervioso.

—Casas con barrotes en las ventanas —le dijo la rubia—. Otra vez saliste para arriesgar tu cabeza y no te puedo proteger.

—Y nadie te pidió que lo hicieras. Ahora trabajo por mi cuenta. Olvídate de mí.

Le dió la espalda y se fué hacia la puerta interna. Su cuerpo se movió ligero, aéreo, como sostenido por cuerdas invisibles.



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