Los vencedores by Manuel Ciges Aparicio

Los vencedores by Manuel Ciges Aparicio

autor:Manuel Ciges Aparicio [Ciges Aparicio, Manuel]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 1908-04-22T16:00:00+00:00


XVI

No tardó mucho en encontrar la obstinada aventurera, pues la seducción del dinero atrae fácilmente en nuestros actuales días de prosaísmo democrático á los nobles empobrecidos sin útil ni bella ocupación.

Pronto fué primer yerno del señor vicioso y su ilustre esposa un marqués alocado y parlanchín, muy aficionado á deportes físicos y capaz de atinarle á un mosquito sendos balazos. Como en nuestros tiempos de liberalismo y de sufragio universal se disciernen los cargos y representaciones populares á los mejores, á este joven marqués le han hecho Diputado á Cortes, pues nadie mejor que él para ser el hazmereir de la aburrida Cámara y de nuestro triste país cuando se entera de sus estrafalarios discursos, que la prensa de todos los bandos comenta con regocijado estilo, sin que el orador advierta la general rechifla. Incoherente y turbulento, las palabras saltan de sus labios en veloz cascada, y los vagos conceptos que pretenden significar se traban, se confunden y se enredan formando tan revuelta maraña, que el auditorio ríe un rato muy á gusto, sin otro temor que se le desarticulen del mucho reir las mandíbulas… De tiempo en tiempo enmudece en la tribuna con harto dolor de la gente, y emplea sus ocios en redactar artículos defendiendo el primer desatino que se le ocurre, ó escribiendo insensatos folletos que ningún lector rebasa de los primeros párrafos por miedo de que la locura se le contagie.

Estos folletos suelen ostentar en las cubiertas precios exorbitantes, y aunque el peregrino autor haya combatido algunas veces los libros caros, no hay peligro de que en la práctica resulten contrariadas sus teorías, pues el lector tiene buen cuidado de no caer en la insana tentación de adquirir los lujosos folletos.

El público lector huye de ellos como ante la cruz el diablo; pero el endiablado marqués le persigue hasta en los viajes. Se le ha visto con frecuencia bajar de su coche al llegar á una estación é ir de departamento en departamento cargado de folletos, con gran sorpresa de la gente que oía rogar al elegantísimo joven:

—¡Señoras!… ¡Caballeros!… Hagan el favor de leer estas páginas… Se lo suplico: son muy interesantes…

Y huir veloz á otro coche.

Estas elucubraciones suele escribirlas en la fábrica, y cuando el instante del aborto llega, hasta su digna suegra le mira cavilosa y con cuidado. El marqués se encierra con doble llave; no tolera que nadie le moleste; nada de cuanto le rodea le interesa: ella le sorprende por la cerradura ensoñando alto, ó embutido entre montones de libros, le ve escribir nervioso, romper cuartillas y gesticular transportado. Luego intenta leer los folletos que su aristocrático yerno publica, y no muy segura de si aquejo es obra de un genio ó de un orate, pregunta a sus amigos poniéndose el índice en la sien:

—¿Creen ustedes que mi yerno no estará mal de la cabeza?…

Los amigos no se atreven á responder afirmativamente; pero todos suponen que La Señora hace bien en dudar.

Y sucedió que en uno de esos estupendos folletos, abordó el



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