Los tramposos no pueden cambiar sus fichas by A. A. Fair

Los tramposos no pueden cambiar sus fichas by A. A. Fair

autor:A. A. Fair [Fair, A. A.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 1961-01-01T05:00:00+00:00


ME di una ducha, bebí tres tazas de café negro muy cargado, me subí al simulacro de auto de la agencia, y me dirigí al hotel Perkins.

Había un recado para mí en el casillero. Decía que me comunicara con Lorraine Robbins a los apartamientos Miramar. Vacilé un momento antes de llamarla tan temprano, pero, por fin, concluí que una chica que trabaja ya debía de haberse levantado.

Marqué el número, y ella contestó al instante.

—¿Donald?

—Correcto.

—Mira, Donald, estoy preocupada por el señor Holgate.

—Es muy temprano para empezar a preocuparse, Lorraine. ¿Tiene él alguna cita para hoy en la mañana?

—Sí. Tiene varias con unos clientes muy importantes.

—Bueno —le dije—, espera hasta ver si acude a las citas. Puede estar en su apartamiento, durmiendo bien después de una noche alegre.

—No está. No está en ningún lado.

—¿Qué quieres decir con ningún lado?, y ¿cómo sabes que no está en su apartamiento? Tal vez no quiera contestar el teléfono.

—Ya estuve en su apartamiento, Donald. Nadie ha dormido en su cama.

—¿Cómo entraste?

—El administrador me conoce. Le dije que había allí unos papeles importantes que debía entregar, y que si me quería hacer el favor de abrirlo.

—¿Qué hubieras hecho si te lo encuentras acurrucadito con una hermosa nena?

—Nos lo sé. Pero tuve la corazonada de que no estaba en ninguna cama ni con ninguna nena. Yo sabía lo que iba a encontrar.

—¿Qué encontraste?

—Que nadie había dormido en la cama. No había nadie allí, y por supuesto que no iba a ser tan tonta para entrar a la recamara estando presente el administrador. El señor Holgate tiene un apartamiento muy bueno, de tres habitaciones.

—¿Parecía estar todo en orden? ¿Había alguna indicación de que lo hubieran saqueado?

—No. Todo estaba en orden.

—Muy bien. Ahora dime, ¿te fuiste directamente a la cama anoche, después que te fuiste?

—¿Por qué?

—Quiero saberlo.

—¿Por qué?

—Porque quiero saber lo que debo aconsejarte. Me preguntas si debes notificar a la policía. Sería muy bochornoso para tu patrón que notificaras a la policía, y después resultara que estaba cumpliendo un compromiso social.

—Muy bien, Donald; seré franca contigo. Había un lugar donde pensé que estaría. Un apartamiento.

—Y despertaste a la joven que…

—No seas tonto, buscaba su auto. Si él hubiera estado allí, el auto hubiera estado estacionado cerca de los apartamientos. Fui allá, y estudié bien todo el terreno. El auto no estaba.

—¿Y luego qué?

—Llamé a su apartamiento dos o tres veces en el transcurso de la noche y, por supuesto, nadie contestó. Estoy preocupada.

—Espera que llegue la hora de esas citas. Si falta a ellas, y son importantes, sabrás que hay que notificar a la policía.

—Bueno —dijo renuentemente—, la primera cita es a las diez. No quisiera esperar hasta entonces, pero…, bueno, supongo que es lo que debemos hacer. ¿Vas a andar aquí hoy, Donald?

—Voy a estar entrando y saliendo. ¿Estarás tú en tu oficina?

—Sí, después de las nueve.

—Pasaré a verte, o te llamaré por teléfono.

Colgué, esperé hasta las ocho y veinte, y me dirigí a los apartamientos Miramar. No tuve la menor dificultad para encontrar dónde estacionarme, y puntualmente, a las ocho y media, ya estaba tocando a la puerta de Doris Ashley.



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