Los tiempos felices no tienen historia by Lena Jackson

Los tiempos felices no tienen historia by Lena Jackson

autor:Lena Jackson [Lena Jackson]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: F
editor: SAGA Egmont
publicado: 2022-10-24T00:00:00+00:00


Y Manolo se preparaba su propio paraíso en la ladera del monte.

Ahora Manolo y Paco el Diablo se habían dedicado a reconstruir la casa de la finca de Manolo en la montaña. Desde el valle veíanse con frecuencia dos figuras ocupadas en hacer algo en la antigua era, junto a la casa: la figura de Manolo es casi cuadrada, un volumen compacto y seguro, y la de Paco el Diablo, escueto y desencuadernado, larguirucho y delgado.

Doy la vuelta por un sendero de grijo, subo hacia la casa, busco a las dos figuras, y encuentro a Manolo y a Paco el Diablo en el interior de la casa, inclinados sobre un escalón.

—¿No es cierto que se siente que aquí ha vivido y dormido gente durante cientos de años?

Manolo se yergue.

Sí, y tanto que se siente y en las habitaciones irregularmente dispuestas se encuentra una luz que es como débil, azul claro.

Las paredes están torcidas, o ligeramente redondeadas, la falta de planificación resulta cimbel a la imaginación, aunque, sin duda, adaptándose siempre a las necesidades de los dueños, y las paredes, por dentro de la casa, tienen como un tenue relucir azul claro. Y sólo al cabo de un rato comienzo a darme cuenta de lo que ocurre: es que no sólo las paredes, pero también las vigas del techo, y las concavidades de las paredes donde se podía poner algo: una botella, un vaso, una herramienta, tabaco, están pintadas con una ligera capa de color. Es yeso mezclada con engrudo azul, el mismo tono que cuando el engrudo se disuelve en agua para sacar las prendas relucientemente blancas.

Y para los asnos hay un “camino” dentro de la casa, un trecho de azulejos de arcilla quemada, que entra por a puerta, cruza la cocina, pasa por delante de la chimenea, y así llega al “establo”, que está en la habitación más lejana, en el piso bajo, y parece una estera estrecha, con un dibujo abstracto, casi oriental, en relieve.

—Había una razón –dijo Manolo–, y es que los azulejos tenían ese diseño para que los burros, cuando entraban mojados de la lluvia y con los cascos llenos de barro no resbalasen.

Los vecinos llamaban a la casa “La Casita”, por causa de su primer dueño de hace ya muchas generaciones, que, al parecer, era un hombre muy pequeño y delgado.

El primer dueño, o sea, “El Pequeño”, había construido una angosta escalera en espiral, con los escalones muy bajos, para subir al segundo piso, y ahora Paco el Diablo estaba arrancando un escalón de cada dos, porque estaban hechos para las piernas cortas del Pequeño de hace, posiblemente, ciento cincuenta años, y poniendo en su lugar otros nuevos.

Sí, eso, primero el Pequeño, y luego el Grande, esos fueron los primeros dueños de la finca de Manolo. El Pequeño era muy pequeño –estamos hablando de hace tres generaciones–, y el Grande era muy grande: la bragueta, dicen los vecinos, y esto todavía se contaba con orgullo en el bar de Enrique, la tenía, evidentemente, de un



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