La Edad de Oro. 1942-1943 by AA. VV

La Edad de Oro. 1942-1943 by AA. VV

autor:AA. VV. [AA. VV.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Ciencia ficción
editor: ePubLibre
publicado: 1988-12-31T16:00:00+00:00


Tuvimos suerte esa semana. Una estrella de la pantalla apareció con alguien que era el marido de alguna otra, y que no estaba divorciado todavía, así que conseguimos un montón de publicidad gratis gracias a los periódicos y a las ondas. Laura salió a actuar la segunda noche y puso la casa patas arriba. Volvimos loco al público por primera vez en la historia. Lo único que me preocupaba era Sindi. No quería hablar conmigo, y sólo me sonreía con sus ojos verdes como si supiera algo poco agradable que no quería decirme. Intenté vigilarle, por si acaso.

Durante cinco días anduve en la cuerda floja entre el cielo y el infierno. Todo el mundo sabía que yo estaba haciendo el ridículo con Laura. Supongo que se reían de mí… Yo, Jade Greene, el jefazo, vuelto más suave que un guante por una muchacha que era lo bastante joven para ser mi hija; una muchacha de buena familia, una muchacha con un talento tal que la alejaba de mi piojoso espectáculo de perros y ponis amaestrados…

Yo lo sabía. Pero no me servía de nada. No podía apartarme de ella, tan pequeña y encantadora… Caminaba como si fuera música; sus ojos púrpura tenían un brillo especial que obligaba a mirarlos, su boca…

La quinta noche, la besé detrás de la tienda de dirección cuando el espectáculo terminó. Estaba oscuro; nos encontrábamos solos, y capté su tenue olor a través de la fina bruma salada. La besé.

Su boca respondió a la mía. Entonces se retiró, de súbito, enfurecida. La solté. Tiritaba y jadeaba.

—Lo siento. —dije.

—No importa. Oh, Jade. Yo…

Se detuvo. Pude oír como la respiración se agolpaba en su garganta. Entonces, dio media vuelta y se alejó. Oí el sonido de su llanto a través de la oscuridad.

Fui a mi camerino y saqué una botella. Después del primer trago me la quedé mirando con la cabeza entre las manos. Ignoro cuánto tiempo permanecí así. Me pareció una eternidad. Sólo sé que el circo estaba oscuro, completamente dormido bajo una capa de niebla, cuando Sindi gritó.

En aquel momento no supe que era Sindi. El grito no tenía personalidad. Era la voz del terror y el dolor definitivos: no parecía humana.

Saqué mi pistola del cajón de la mesa. Recuerdo que mi palma resbalaba de sudor frío. Me llevé la gran linterna para casos de emergencia que colgaba cerca de la puerta de la tienda. Estaba muy oscuro, muy silencioso, aunque no quieto del todo. Había algo tras la oscuridad y el silencio, escondido, respirando con suavidad, al acecho.

El circo empezó a despertarse. La excitación y la actividad provocados por el grito se esparcieron como las ondas que una piedra produce en el agua; en el recinto de las fieras, un gato de las arenas marciano empezó a gemir, débil y ferozmente, como un eco de muerte.

Me abrí camino entre las tiendas, andando con rapidez y en silencio. Me sentía enfermo, y la piel de la espalda me picaba; el rostro empezó a dolerme debido a la tensión.



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