Los siete locos. Los lanzallamas by Roberto Arlt

Los siete locos. Los lanzallamas by Roberto Arlt

autor:Roberto Arlt [Arlt, Roberto]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 1928-12-31T16:00:00+00:00


Son trece los que quieren el cofre de aquel muerto.

Son trece, oh, oh, viva el ron…

El diablo y la bebida hicieron todo el resto…

El diablo, oh, oh, viva el ron…

Hipólita lo observó recelosa. El rostro del Astrólogo se puso grave y:

—A usted le parecerá extemporánea esta canción, ¿no es cierto? —preguntó—. Yo la aprendí escuchándola de un chico que la cantaba todo el día. Vivía en el altillo de una casa cuya medianera daba frente a mi cuarto. El chico cantaba todas las tardes, yo estaba convaleciente de la terrible desgracia…; una tarde no cantó más el chico…; supe por un hombre que me traía la comida que la criatura se había suicidado por salir mal en los exámenes. Era un hijo de alemanes, y su padre, un hombre severo. No he visto nunca el semblante de ese niño, pero no sé por qué me acuerdo casi todos los días de aquella pobre alma.

Impaciente, estalló Hipólita:

—Sí, nada más que recuerdos es la vida…

—Yo quiero que sea futuro. Futuro en campo verde, no en ciudad de ladrillo. Que todos los hombres tengan un rectángulo de campo verde, que adoren con alegría a un dios creador del cielo y de la tierra. —Cerró los ojos; Hipólita lo vio palidecer; luego se levantó, y llevando la mano al cinturón dijo con voz ronca—: Vea.

Se había desprendido bruscamente el pantalón. Hipólita, retrayendo el cuello entre los hombros, miró de soslayo el bajovientre de aquel hombre: era una tremenda cicatriz roja. Él se cubrió con delicadeza y dijo:

—Pensé matarme; muchos monstruos trabajaron en mi cerebro días y noches; luego las tinieblas pasaron y entré en el camino que no tiene fin.

—Es inhumano —murmuró Hipólita.

—Sí, ya sé. Usted tiene la sensación de que ha entrado en el infierno… piense en la calle durante un minuto. Mire, aquí es campo; piense en las ciudades, kilómetros de fachadas de casas; la desafío a que usted se vaya de aquí sin prometerme que me ayudará. Cuando un hombre o una mujer comprenden que deben destinar su vida al cumplimiento de una nueva verdad, es inútil que traten de resistirse a ellos mismos. Sólo hay que tener fuerzas para sacrificarse. ¿O usted cree que los santos pertenecen al pasado? No… no. Hay muchos santos ocultos hoy. Y quizá más grandes, más espirituales que los terribles santos antiguos. Aquéllos esperaban un premio divino… y éstos ni en el cielo de Dios pueden creer.

—¿Y usted?

—Yo creo en un único deber: luchar para destruir esta sociedad implacable. El régimen capitalista en complicidad con los ateos han convertido al hombre en un monstruo escéptico, verdugo de sus semejantes por el placer de un cigarro, de una comida o de un vaso de vino. Cobarde, astuto, mezquino, lascivo, escéptico, avaro y glotón, del hombre actual debemos esperar nada. Hay que dirigirse a las mujeres; crear células de mujeres con espíritu revolucionario; introducirse en los hogares, en los normales, en los liceos, en las oficinas, en las academias y los talleres. Sólo las mujeres pueden impulsarlos a estos cobardes a rebelarse.



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