Los siete cantares de Merlín by T. A. Barron

Los siete cantares de Merlín by T. A. Barron

autor:T. A. Barron [Barron, T. A.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico
editor: ePubLibre
publicado: 1997-01-01T00:00:00+00:00


18

La luz voladora

l resplandor apenas se había desvanecido de mi cayado cuando mi mente ya volvía a concentrarse en el tercer Cantar, el de Proteger. Me alejé del lago, cuya lisa superficie centelleaba siniestramente, en dirección al boscoso valle que nos rodeaba. Coronar la empinada y frondosa ladera era sólo el principio. Pues el tercer Cantar exigía otro largo viaje. Proteger es la habilidad que conocen los enanos.

¡A la tierra de los enanos! Su reino, me explicó Rhia, sólo recibía visitas en raras ocasiones, y casi nunca por voluntad propia. Los enanos, si bien estaban en paz con sus vecinos, no acogían con agrado a los intrusos de ninguna clase. Lo único que se sabía de su reino subterráneo era que sus accesos se hallaban ocultos en algún punto cercano a las fuentes del Río Incesante, en los altiplanos del norte de las Colinas Brumosas. Esta vez no teníamos elección respecto al modo de llegar a nuestro destino. Teníamos que andar.

Incluso obligándonos a continuar todos los días hasta mucho después del atardecer, tardamos más de media semana en atravesar las colinas. Nuestras comidas constaban principalmente de manzanas silvestres, frutos secos en forma de medialuna, un néctar dulce que descubrió Rhia y un huevo ocasional o dos, cuando encontrábamos un nido de urogallo desprotegido. Logramos evitar cualquier nuevo tropiezo con las piedras vivas, pero el trayecto resultó arduo. Los vapores se arremolinaban constantemente, envolviéndonos en mantos de niebla que nos impedían ver incluso el terreno más elevado. Cuando vadeábamos un pantano, Rhia perdió un zapato en una trampa de arenas movedizas. Dedicamos gran parte de esa tarde a buscar un serbal para que ella se hiciera un zapato de recambio con la correosa corteza de ese árbol. Dos días después, atravesamos un desfiladero, resbaladizo por el hielo y la nieve, pero sólo después de viajar durante toda la noche de luna llena.

Por fin, derrengados y mugrientos, llegamos a los altiplanos de la cabecera del río. Incontables flores amarillas en forma de estrella tapizaban el llano, impregnando el aire de un fuerte, pero agradable olor. Más tarde llegamos al caudaloso Río Incesante. Allí nos topamos con una pareja de unicornios de color crema que pastaban junto a la orilla. Seguimos el sinuoso curso del río hacia el norte, por una serie de anchos prados de alta montaña que ascendían como brillantes escaleras verdes.

Cuando Rhia alcanzó el límite de uno de esos prados, se detuvo y señaló la línea de montañas nevadas que se recortaban en la distancia.

—Mira, Merlín. Detrás de aquellas cumbres se encuentra la ciudad de los gigantes, Varigal. Siempre he deseado verla, aunque ahora no hay más que ruinas. Arbassa dice que es el asentamiento más antiguo de Fincayra.

—Lástima que los enanos, y no los gigantes, sean nuestro objetivo ahora. —Me incliné para arrancar un puñado de hierba de briznas plumosas—. Los gigantes tendrán que esperar al quinto Cantar, el que se refiere de algún modo a Varigal. Si llegamos tan lejos.

Seguíamos en camino después de anochecer, cuando apareció un disco luminoso entre las densas nubes.



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