Los renegados by Richard Lee Byers

Los renegados by Richard Lee Byers

autor:Richard Lee Byers
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Fantástico
publicado: 2002-08-09T22:00:00+00:00


21

Tras sacar al estúpido de Andelais de la nube de humo, y a Lilly no se le ocurría otra forma mejor de llamarlo, la asesina se despatarró en el suelo y tosió durante un buen rato. La garganta le escocía tanto como aquella vez en que se había envenenado con el aliento del gólem, aunque al menos esta vez le quedaba el consuelo de que Vladawen estaba en la misma situación. Ahora sabrás cómo duele, pensó rencorosamente.

—Otro brillante plan ejecutado a la perfección —resopló cuando al fin fue capaz de hablar.

—Si puedes —contestó Vladawen—, comprueba el estado del hombre rata. —El elfo se agachó junto al encarnado—. Andelais respira, pero no demasiado bien. Tiene casi todo el cuerpo quemado.

—No me sorprende demasiado —dijo Lilly mientras procedía a estudiar al rátido—. La rata está en el mismo estado. Viva, pero sospecho que no por mucho tiempo.

Vladawen tomó la cara de Andelais entre sus manos.

—Cambia —dijo.

El druida parecía estar profundamente inconsciente, demasiado como para escucharlo. Quizá, con todo el tiempo que había pasado tratando de ayudarle a tratar con su otro yo maléfico, Vladawen había logrado establecer alguna clase de conexión psíquica con él, porque, poco a poco, la maltrecha figura de Andelais cambió hasta adoptar la forma de un halcón guadaña, sanando en el proceso algunas de las quemaduras que había sufrido.

—Una vez más —dijo con paciencia Vladawen.

Andelais recuperó la forma de semielfo, y entonces cambió a la de león terrible, sin dejar de librarse de una pizca de padecimiento en cada nueva transformación. El enorme felino mutó a la forma de errabundo de pecho desnudo, y entonces, por fin, el semielfo abrió sus ojos. Al instante, torció su gesto aquejado de las lesiones que aún sufría su cuerpo.

—¿Te encuentras lo suficientemente bien como para lanzar un conjuro de curación? —le preguntó Vladawen.

—Creo que sí —murmuró Andelais. Entonces levantó una mano temblorosa hacia la cara del clérigo, cubierta de ampollas.

Vladawen se alejó del toque que le ofrecía su compañero.

—Enseguida podrás ayudarnos tanto a mí como a Lillatu —dijo sentando al semielfo hasta colocarlo menos erguido—, pero debes sanar al rátido antes de que muera.

—De acuerdo. —Andelais musitó entonces un rezo y acarició la ennegrecida y supurante frente del mago.

El hombre rata se sacudió y luchó por ponerse erguido. Vladawen lo agarró y lo colocó contra el suelo.

—Tengo algunas preguntas para ti —dijo.

El mago le enseñó los dientes.

—Puede que tenga las respuestas, pero ¿por qué debería compartirlas con aquellos que desdeñan el fuego?

—La primera noche que pasamos por la plaza —insistió el elfo—, nos cruzamos con unos hombres rata que parecían cubrir la retirada de nuestro enemigo. Esta misma noche me has reconocido. Y sabes que se supone que he abandonado Hollowfaust. No hay duda de que los rátidos estáis colaborando con alguno de los nigromantes.

El mago de fuego entrecerró su boca quemada en lo que debía ser el equivalente en su raza a una sonrisa burlona, agrietándose la piel en el proceso.

—Suena como si ya imaginaras lo que ocurre.

—Más bien lo contrario —dijo Vladawen—.



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