Los rebeldes de Roma by Harry Sidebottom

Los rebeldes de Roma by Harry Sidebottom

autor:Harry Sidebottom [Sidebottom, Harry]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2021-09-30T00:00:00+00:00


* * *

Todo sucedió tal como Aulo había previsto. La posada era limpia, no uno de esos cuchitriles en los que era mejor hacer el testamento antes de entrar. Nada sugería que la comida fuera a ser repugnante ni que fueran a servirles la carne asada de otros viajeros que previamente hubieran pasado por allí. Se decía que esa clase de cosas solo ocurrían en las provincias más bárbaras. Al día siguiente, el viaje transcurrió sin incidentes, hasta que llegaron a Centuripe.

Un hombre se estaba masturbando en el mercado. Estaba demacrado e iba muy sucio, con el pelo y la barba descuidados, caminando descalzo y ataviado solo con un manto. Tenía la vara y el monedero sobre los escalones del consistorio, y se había situado arriba del todo, donde cualquiera pudiera verlo.

La esposa de Aulo cerró los ojos y los abrió de nuevo, como si esperara que aquella visión ofensiva se hubiera esfumado al cabo de un instante.

—¡Cómete un pulpo o un calamar crudo y muérete! —le gritó una voz entre la multitud.

El hombre no se dio por aludido. Empezó a mover la mano más deprisa hasta que, sacudiendo las caderas, eyaculó.

—¡Vete de aquí! —le gritaba la gente.

—¡Fijaos en cómo queda derrocada la tiranía de la lujuria! —chilló el tipo—. He venido a liberar a los hombres, a curar todos sus males. Ojalá pudiera conquistar el hambre simplemente frotándome la barriga.

Aulo se apresuró a alejar a su familia de allí.

—Deberían hacer algo con esos cínicos indecentes. Están por todas partes. Un hombre no puede llevar a su familia al ágora sin exponerse a esta clase de atrocidades. No son filósofos, tan solo son insolentes, unos ladrones asquerosos y unos mendigos.

—No hace mucho tiempo, el emperador hizo quemar vivo a uno en Roma —explicó Ballista.

—Es lo mejor que se puede hacer con ellos —opinó Aulo—. Vámonos a casa.

El hogar de Aulo no era ostentoso, pero sí bastante espacioso y cómodo. A Ballista y a Marco les asignaron una habitación que daba al patio en el primer piso. El cazador de fugitivos se hospedó en los establos. Aulo acompañó a sus invitados a una casa de baños que quedaba cerca de su casa y luego se marchó para atender sus asuntos.

Marco se tendió en el agua caliente junto a su padre. Falx no intentó entablar conversación en ningún momento, pero su siniestra presencia resultaba inquietante. Marco sintió cierto alivio al ver que Aulo volvía a entrar en la sala.

—Tengo buenas noticias y malas noticias —anunció—. He conseguido que un amigo mío me venda tres monturas a un precio razonable y puedo prometeros una buena cena.

—¿Y las malas noticias? —preguntó Ballista.

—Son un problema bastante grande. El camino hacia Catania está cerrado. Los esclavos se han sublevado en Hibla. Se han hecho con el puente que cruza el río Simeto. El paso es estrecho y no hay alternativa.



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