Los ojos del lobo by Luis de Felipe Vila

Los ojos del lobo by Luis de Felipe Vila

autor:Luis de Felipe Vila
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
publicado: 2016-10-24T22:00:00+00:00


4

Viaje al umbral del día

Había desmontado la tapa de un cilindro, y comprobaba el funcionamiento de la válvula de admisión y de la válvula de escape. Estaba sentado en un taburete regulable, frente a una bancada que sobresalía de la pared, entre el elevador que sostenía un coche en el aire a casi dos metros y el foso, donde en ese momento descansaba un viejo modelo de finales del siglo XX. Tenía el capó levantado y el bloque, suspendido gracias a unas cadenas de eslabones gruesos y a dos poleas firmemente ancladas en una viga de acero. El cigüeñal estaba sumergido en un recipiente con aceite y los pistones, ordenados en fila a su izquierda. Trabajaba dándole la espalda a la entrada, y la luz del sol, cada vez más alto, trazaba su frontera a más de tres metros de él. Oyó la puerta de la oficina. Levantó la cabeza y giró el cuello hacia la izquierda. Vio a su jefe. Se dirigía hacia allí, cerrándose un botón de la americana con la mano derecha.

— ¿Cómo estás, Comanche?

—Bien.

Siguió accionando las válvulas, el jefe se acercó hasta allí y esperó a que terminase.

—Voy al hospital, a ver mi primo.

Comanche dejó la tapa del cilindro sobre la bancada. Asintió con la cabeza.

— ¿Cómo está?

—Los doctores dicen que bastante bien, y está despierto. Le han sacado seis balas del cuerpo. Ha tenido mucha suerte.

— ¿Seis balas?

—Fue una carnicería –el jefe sacó un paquete de cigarrillos y le ofreció uno–. La policía ha estado interrogándole, por lo visto están muy nerviosos.

Cogió el cigarrillo y se lo colgó de los labios. El otro metió la mano en el bolsillo del pantalón, rebuscó un segundo y al instante, tenía un pequeño encendedor entre los dedos, accionó la piedra, se encendió una llama bailarina y etérea como el cuerpo de un fantasma y la acercó al extremo del cigarrillo. Comanche aspiró y dejó ir el humo por la nariz y la boca.

—Gracias.

— ¿En qué piensas?

—En Montoya y en Melero, ¿qué ha pasado con ellos?

El jefe prendió las hebras de su propio cigarrillo con la llama azul del mechero, y luego lo sostuvo entre dos gruesos dedos mientras expulsaba el humo en un hilillo muy fino a través de sus labios descarnados.

—Sé que han sobrevivido dos personas. Doy gracias a Dios de que uno de ellos haya sido mi primo. Espero que el otro sea uno de tus amigos.

Devolvió la mano al bolsillo del pantalón, y Comanche pudo escuchar el tintineo metálico de un juego de llaves y de unas monedas. Se estuvo así un rato, mientras los dos fumaban sin mirarse, y luego volvió a hablar:

—En estos asuntos, chico, la discreción es primordial. Mira, yo en todo esto me lavo las manos. Te contraté porque me lo dijo César. Cumples con tu función. Estoy contento contigo. Y Bernabé también, que es lo más importante. Mientras las cosas no se compliquen, podrás quedarte aquí y mantenerte al margen, ¿de acuerdo? Yo me ocuparé de informarte de todo lo que vaya pasando.



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