Los monjes by Ramón Nieto

Los monjes by Ramón Nieto

autor:Ramón Nieto [Nieto, Ramón]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1984-05-15T00:00:00+00:00


23

El padre prior abrió la puerta al hermano Benito, que la había arañado con las uñas, como el pico de un pájaro la tira de unto que le ofrece el invierno. Ambos se saludaron con un ágil plegado de espinazo.

—Te levanto la regla del silencio. Habla.

Benito-Vírgino despegó los labios, accionó la lengua, izó y arrió la nuez de su cuello, pero sus cuerdas vocales no emitieron el menor sonido.

La facultad de hablar, tras dieciocho años sin pronunciar palabra, se le había enmohecido. Al fin articuló unos sonidos:

—Tun campe ato.

No sabía por qué había dicho aquello. Sonrió. El prior le invitó a sentarse.

—Ante mí has de abrir el corazón como ante un padre. Lo dijo el apóstol: «Habéis recibido el espíritu de adopción de los hijos, por el cual gritamos: ¡Abba, abad, es decir, Padre!».

—He perdo lo costumbro de habla.

—Serénate hermano. Alabemos juntos a Jesucristo.

—Estoy seréname.

—Invoquemos la benevolencia de su santa madre, la pastora de la divina perpetua socorra.

—Es la atrusfia, padre. Ya me está viniendo el rinconciello del sosiego.

—Cristo Redentor, tú que diste al jumento que hablase con palabras de hombre, puedes conceder al hombre que hable en términos convenientes. Ahora dime por qué causa has acudido a golpear la puerta de tu padre prior, sin turbar los reales de Israel con el lenguaje de Jericó.

—Vois sabedes, santo padre, que colecciono vírgenes a millares. Y hoy mismo vime favorecido con la aparición en carne y hueso de una virgen, que yo diría era la misma que aparecióse a la santa Auria rodeada de un cortejo de ángeles y santos.

—Con un cortejo la viste, ¿y todos de carne y hueso? ¿Y los ángeles iban vestidos o desnudos?

—No, sin cortejo vila, y ella, causa tal vez de mis muchos pecados, amenazóme con un arma fría y férrea, que yo diría una pistola.

—Con pistola y sin cortejo no me atrevería yo a aseverar que fuera nuestra madre celestial. Quizá si vas a la farmacopea te dará fray Leopoldo algún cocimiento o infusión para las calenturas.

—Y además se me llevó las llaves y luego quemó la estampa de su divina faz con un mechero, al tiempo que ella misma desaparecía, oculta tras una resplandeciente nube.

—Pásate por la enfermería, hijo, y recupérate de tantas privaciones. Te autorizo a tomar dos yemas de huevo con el caldo y una copita de moscatel. Verás como te sientes mucho mejor. Y ahora vete en paz.

Le ofreció el anillo para que lo besara y Benito salió, más confundido de lo que había entrado, y emprendió camino de la enfermería: había perdido una virgen y un manojo de llaves, pero había ganado un caldo con dos yemas de huevo y un chorrito de vino dulce.

La virgen-de-Oria-Carmela había recibido, mientras tanto, la visita de un compañero de Ángel y Perucho a quien no conocía. Apareció en la entrada de la cueva y la llamó por su nombre de guerra:

—Lemming.

Ella contestó:

—Terranova.

Encendió un mechero en la oscuridad.

—Me llamo Moisés y me llaman el Rana.

—Así que tú eres el de la fuga de Risueña. Menudo tío.



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