Los misterios de Venecia by Arnaldo Visconti

Los misterios de Venecia by Arnaldo Visconti

autor:Arnaldo Visconti
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras
publicado: 1948-12-31T23:00:00+00:00


”En el dia de ayer, caído el crepúsculo, paseó por este puerto Monna Olimpia, que iba acompañada de su doncella de confianza. Conversó con distintos oficiales, y hacia la medianoche se retiró a dormir en la “Hostería del Sol de Oro”.”

Loredan Corvineli lanzó una exclamación de asombro:

—¡Monna Olimpia a la vez en Sansovino y en Rugieri! Es imposible, totalmente imposible!

—¿Cuál de los dos se ha equivocado?

—Sería indigno de la confianza que me concede Vuestra Excelencia si, sabedor de la importancia que otorga a los pasos de la hermana del Dux, no hubiera enviado a vigilarla a agentes seleccionados. Por esto mismo tanto me extraña esta contradicción.

—Caben dos posibilidades: que Monna Olimpia, sabedora que era vigilada, abandonara la casa del mercader Ambrosio, engañando a Brighorne, o que Vittorio se equivocara. Averiguadlo, y cuando sepáis cuál de los dos agentes ha fallado, que permanezca una temporada larga en los Fosos, para meditar en los inconvenientes de equivocarse, cuando se trata de tenerme bien informado. Vos sabéis, Loredan, que personalmente Monna Olimpia me detesta, y, en cambio, yo la aprecio...

Una sonrisa sinuosa dibujóse en los labios de Mancini.

—De un tiempo para acá—añadió—, parece que Monna Olimpia gusta de frecuentar oficiales de mar. Me interesará saber con qué fin. ¿Dónde se encuentra mi querido amigo el conde Muzio?

—Ausente desde hace dos días, Excelencia,

—Posiblemente alguna aventurilla amorosa... A medida que vamos madurando somos más ardorosos. Y va que estamos tratando asuntos menos austeros, ¿os acordáis, Loredan, de lo que os confié a propósito de una joven personilla de la que os hablé? Aquella encantadora rubita que encontré hace unas mañanas atravesando las antesalas del Palacio Ducal, saliendo de las habitaciones de Monna Olimpia.

—Me ocupé personalmente de ello, señor conde.

—¿Sabéis ya quién es?

—Lo sé. Es una joven encajera muv solicitada y últimamente viene con frecuencia a Palacio porque hace labores para Monna Olimpia. Apenas tiene veinte años y se llama Hermosilla.

—¿Hermosilla?

—Es española.

—¿Dónde habita?

—En los soportales del canal Rorghese, con dos españoles llamados, respectivamente, Cayo y Policarpo. que se dedican a la compra y venta de vinos.

—¿Son sus padres?

—Sí y no. Quiero decir que esta joven es una niña que recogieron, y a la cual educaron.

—¡Por Baco! No habrán hecho un mal negocio con recoger a esta huérfana, porque la joven Hermosilla pronto les podrá devolver con creces lo que ellos pudieron gastarse educándola. No es preciso que insista en deciros, Loredan, que esta encajerilla me place mucho.

—Desgraciadamente, señor conde, ella es honesta.

Mancini se reclinó contra el respaldo de su sillón, riendo.

—¡Decís que es honesta, y lo calificáis de desgracia!—exclamó, con la familiaridad que a veces empleaba con su secretario particular—. ¡Mucho mejor, mucho mejor! ¿Es que acaso, messer Corvineli, os imagináis que el conde Mancini sólo aspira a obtener favores de cortesanas veleidosas e interesadas ?

—¡Oh, Excelencia! No quise decir tal cosa... Pero es que hay un inconveniente...

—¿De qué se trata?

—Hay cierto caballero al cual ella ama...

—¿Quién es?

—Por ahora, aun lo ignoro.

—Veamos, Loredan: ¿qué historia incoherente es esta que me estáis contando? Empezáis por decirme que



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