Los lores de la mano bermeja by Gustave Le Rouge

Los lores de la mano bermeja by Gustave Le Rouge

autor:Gustave Le Rouge [Le Rouge, Gustave]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 1912-01-01T00:00:00+00:00


V

EN VÍSPERAS DE RUINA

El multimillonario Fred Jorgell presentía, desde hacía mucho tiempo, la catástrofe que le amenazaba; pero comprendía que todos sus esfuerzos serían inútiles y se había resignado de antemano a su ruina.

Por lo demás, después del crimen cometido por Baruch, tras de una serie de fechorías que quedaron sin castigo, el carácter del especulador cambió bruscamente. Envejeció en pocas semanas; el pelo, ya canoso, se le puso completamente blanco; su rostro enmagrecido parecía aún más largo, y sus ojos hundidos brillaban con un fulgor inquietante. Su cariño a su hija, la bonísima y seductora miss Isidora, era el único sentimiento que aún podía poner de cuándo en cuándo una melancólica sonrisa en sus labios.

La prisión y el proceso, de Baruch fueron para él como dos puñaladas en mitad del corazón; no se repuso nunca, y su energía y su inteligencia se resintieron del espantoso dolor que experimentara.

Desde aquel funesto día, nada le salía bien; parecía que la desgracia se cebaba en él. Aunque poseía en grado sumo el instinto de los negocios y los conocimientos especiales necesarios para el planteamiento y la dirección de las grandes empresas, todas las especulaciones que emprendía terminaban con un déficit más o menos grande. Veía con desesperación que el trust del algodón y del maíz, el negocio del que esperaba más, iba a concluir también con un cataclismo. En vano trató de encontrar capitales; las puertas se cerraban ante él como en virtud de misteriosa consigna.

Fred Jorgell continuaba la lucha por una especie de puntillo, como para engañarse a sí mismo; pero sabía que estaba perdido. De carácter naturalmente orgulloso, no quería confiar a nadie sus temores. De día, en la Bolsa, afirmaba su arrogancia en presencia de sus amigos, que todo marchaba a pedir de boca, y hasta simulaba alegría y hablaba de las considerables reservas que poseía en diversos bancos de los Estados Unidos, logrando de esta suerte alucinar a ciertas gentes.

Pero por la noche, una vez solo en su despacho, se dejaba caer con abatimiento en un sillón, sin ánimo ya para calcular, para combinar, y hasta esforzándose en no pensar. Era la hora en que disfrutaba, en medio de su tristeza, de una tranquilidad semejante, con corta diferencia, a la del condenado a muerte en su celda.

Pero también era la hora en que el multimillonario recibía la visita de su adorada Isidora. La joven, ángel de consuelo, entraba sonriente, andando de puntillas, y estampaba un silencioso beso en la frente de su padre; luego empezaba la conversación.

—¿Qué noticias hay? —preguntaba miss Isidora, que era la única persona que estaba enterada de los disgustos paternales.

—Las cosas no pueden ir peor —respondía el multimillonario—. William Dorgan no me deja respirar. Dentro de poco no podré continuar la lucha; estoy rendido de antemano.

—No comprendo lo que pasa; cien veces me has repetido que nada tenías que temer de ese inglés al que creías muy leal.

—William Dorgan ya no es el mismo. De repente se ha vuelto intratable, desleal y pérfido; ya no le conozco.



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